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Ampliadme |
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Y ahí estaban las dos, orgullosas y coquetas, ante la mirada de viandantes y sus exclamaciones de sorpresa, dejándose fotografiar como modelos conscientes de su atractivo. Yo también saqué el teléfono dispuesto a llevarme el momento y el blanco prístino contra el radiante azul del cielo.
Entonces me acordé del poema de Garcilaso —"En tanto que de rosa y azucena"—, del de Góngora —"Mientras por competir con tu cabello" — y del Luis Alberto de Cuenca —"Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana"—. Pero no lograba recordar ni una sola palabra del de Brines. Nada. Di la vuelta, me dirigí a una biblioteca y ¡ahí estaba!, burlándose de mi mala memoria:
Estás ya con quien quieres. Ríete y goza. Ama.
Y enciéndete en la noche que ahora empieza,
y entre tantos amigos (y conmigo)
abre los grandes ojos a la vida
con la avidez preciosa de tus años.
La noche, larga, ha de acabar al alba,
y vendrán escuadrones de espías con la luz,
se borrarán los astros, y también el recuerdo,
y la alegría acabará en su nada.
Mas, aunque así suceda, enciéndete en la noche,
pues detrás del olvido puede que ella renazca,
y la recobres pura, y aumentada en belleza,
si en ella, por azar, que ya será elección,
sellas la vida en lo mejor que tuvo,
cuando la noche humana se acabe ya del todo,
y venga esa otra luz, rencorosa y extraña,
que antes que tú conozcas, yo ya habré conocido.
De El otoño de las rosas.
Flor de magnolia, espléndida y fugaz.
Collige, virgo, rosas.
Que el momento os sea propicio y perdurable.
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