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La imagen que aquí aparece es la del dios Siva y la diosa Parvati. Es una obra moderna y sin valor artístico, de esas que se venden en la India para adorno de casas y jardines particulares de pudientes. Trata de imitar una escultura propia de los templos de Orissa, de hace casi mil años. Lo que me interesa destacar de este tipo de imágenes es la diferencia tan radical con las representaciones cristianas, hebreas y musulmanas.
Las representaciones religiosas del mundo hindú son profundamente sensuales, cuando no explícitamente sexuales. Lo que no quiere decir que carezcan de un profundo sentimiento moral. Ocurre que las religiones monoteístas han problematizado los asuntos relacionados con el sexo y con el género hasta límites absurdos. Todavía hoy, y tal vez por muchos años aún, nos estamos debatiendo contra las consecuencias de esa manera de entender el ser humano.
Sin embargo, lo que hoy quería subrayar no era este combate, sino esa singularidad de la religión hindú sobre la que Charles Stuart, un alto militar de la Compañía de las Indias Orientales, señalaba en el lejano año de 1808, en su Vindicación de los hindúes: En cualquier parte adonde miro a mi alrededor, en el vasto océano d ela mitología hindú, descubro Piedad... Moralidad... y por lo que puedo apreciar por mi propio juicio, este parece el sistema de alegoría moral más completo y amplio que el mundo ha producido jamás.
Resulta muy gratificante que personas pertenecientes a mundos tan alejados culturalmente puedan llegar a manifestar ideas llenas de admiración y de respeto por concepciones espirituales, morales y filosóficas que están muy alejadas de las que profesan por nacimiento, tradición o cultura. Esa y no otra debe ser la esencia del conocimiento.