Para que también tu nombre sobreviva!
El papiro es mejor que la piedra tallada.
Un hombre ha muerto: su cuerpo se convierte en polvo,
Y sus familiares se extinguen.
Un libro es lo que hace que sea recordado
En la boca del hablante que lo lee.
Así recoge Alberto Manguel en su delicioso Una historia de la lectura (p. 259) uno de los múltiples textos editados en inglés por Miriam Lichtheim en Ancient Egyptian Literature.
Nadie ignora desde hace siglos la enorme capacidad que tiene el arte para hacer que permanezcan vivos a través del tiempo personas y acontecimientos. Shakespeare ya lo decía en el soneto 55:
Ni el mármol ni los oros de regios monumentos
podrán vivir más tiempo que esta pujante rima,
pues tú aún más radiante refulges en mis versos
que en la gastada losa que el tiempo ensucia encima.
Cuando ruinosas guerras derrumben las estatuas
y arrase las murallas su embate destructivo,
ni el fuego de la guerra ni Marte con su espada
incendiarán la estela de tu recuerdo vivo.
Contra la muerte y contra cualquier hostil olvido
perdurarás por siempre, y tu loor fecundo
verán ante sus ojos los hombres de otros siglos
que hasta el fin del Tiempo fatiguen este mundo.
Hasta que llegue el Día del Juicio y te levantes,
tendrás vida aquí mismo y en los ojos amantes.
Ni el mármol ni los oros de regios monumentos
podrán vivir más tiempo que esta pujante rima,
pues tú aún más radiante refulges en mis versos
que en la gastada losa que el tiempo ensucia encima.
Cuando ruinosas guerras derrumben las estatuas
y arrase las murallas su embate destructivo,
ni el fuego de la guerra ni Marte con su espada
incendiarán la estela de tu recuerdo vivo.
Contra la muerte y contra cualquier hostil olvido
perdurarás por siempre, y tu loor fecundo
verán ante sus ojos los hombres de otros siglos
que hasta el fin del Tiempo fatiguen este mundo.
Hasta que llegue el Día del Juicio y te levantes,
tendrás vida aquí mismo y en los ojos amantes.
(Traducción: Ramón Gutiérrez Izquierdo).
Y un buen puñado de siglos antes que él, Horacio en la Oda 30 del Libro III:
He dado cima a un monumento más perenne que el bronce y más alto que el regio sepulcro de las Pirámides; tal que ni la lluvia voraz ni el aquilón desatado podrán derribarlo; ni la incontable sucesión de los años, ni el veloz correr de los tiempos.
No moriré yo del todo y gran parte de mí escapará a Libitina. Sin cesar creceré renovado por la celebridad que me espera, mientras al Capitolio suba el pontífice con la callada virgen De mí se dirá —allá por donde violento el Áufido retumba
y Dauno, escaso de agua, reinó sobre pueblos montaraces— que, poderoso a pesar de mi origen humilde, fui el primero en llevar el canto eolio a las cadencias itálicas.
(Traducción: José Luis Moralejo)
Es incontestable que gracias a la escritura hoy sabemos de la existencia de muchas personas que de otra manera serían nada más que materia de olvido. Lo que me sorprende es que en torno al 1300 a.n.e. un escriba del Antiguo Egipto fuera ya consciente de ese capacidad. Ciertamente, han llegado hasta hoy algunos nombres de escribas que, dicho sea de paso, son conocidos por especialistas como Miriam Lichtheim, que se ocupan de estudiar y traducir sus textos. Pero, salvo contados casos, no hacían nada parecido a lo que entendemos por literatura, y sus textos eran leídos por una ínfima parte de la población, y no creo que ninguno de ellos imaginara en algún momento que muchos siglos después de sus existencia iban a aparecer inventos que permitieran la reproducción continua por todo el mundo de sus textos.
¿Simple intuición, casualidad o se estaba refiriendo a las dos o tres generaciones siguientes a la suya como forma de "perdurar"?
***
Si quieres la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos.



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