sábado, 12 de agosto de 2023

ARTHUR SCHNITZLER

Editorial
Cuando nombramos el monólogo interior o flujo de conciencia, solemos pensar inmediatamente en el Ulises de Joyce; sin embargo, otros muchos autores lo practicaron incluso antes que el irlandés genial. Estas dos novelas cortas del para mí hasta hace una semana desconocido Arthur Schnitzler (1862-1931) están construidas por completo con este recurso literario; la primera, El teniente Gustl, en 1900; la segunda, La señorita Else, en 1924.

Por eso de situar, aunque sea rápidamente, al autor en su contexto, es necesario decir que fue en su momento un reconocido narrador y dramaturgo, formado en medicina. Tal vez por ser la época que era o quizás por interés propio, el erotismo, la muerte, y el estudio psicológico de los personajes, juntamente con la crisis social de entresiglos son los temas sobre los que giran ambas historias. Según dicen, su compatriota y coetáneo Freud lo tenía en gran estima como autor. Y me entero por Wikipedia que varias obras suyas han sido adaptadas al cine. La más reciente, la que realizó el perfeccionista Kubrick del Relato soñado en Eyes Wide Shut.

Dicho esto, las dos comparten una extraordinaria capacidad para reflejar la sociedad burguesa del final del Imperio austrohúngaro, aquel convaleciente engendro político-social, al que Robert Musil llamaba Kakania. También comparten la facilidad de la lectura, pues aunque la realidad se nos presenta de una manera profundamente subjetiva a través del punto de vista de los protagonistas (Gustl y Else), la velocidad con la que vamos percibiendo el desarrollo de los acontecimientos y la sencillez con que están contados, producen una extraña sensación de objetividad, a pesar de que toda la información que nos llegue se encuentre tamizada por la mirada de teniente y señorita, según el relato en el que estemos.

Tal vez el único inconveniente que encuentro en las novelas —solo he leído estas dos— de Schnitzler es el excesivo apego a una sociedad y una época. Cuando leo otras obras de los clásicos del XIX que están situadas en un contexto histórico determinado, no veo solamente esa época y esa sociedad, reconozco un interés universal en sus caracteres, percibo un más allá del momento que me resulta válido como reflexión sobre mi propio ser. En cambio, ni con La señorita Else ni con El teniente Gustl soy capaz de salir de aquella época y sus costumbres, que, afortunadamente, han fenecido en su mayoría.

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