martes, 22 de agosto de 2023

DE LA ESCRITURA... y la lectura

Escriba sumerio Dudu. Fuente: worldhistory

 Seguramente la escritura nació en Sumeria, pero poco importa dónde, porque lo realmente importante es que en un momento dado a alguien se le ocurrió utilizar pequeños signos para representar objetos y más adelante otras personas lograron representar ideas y sonidos. Surge la escritura y con ella la capacidad de almacenar cantidades ingentes de información, sin tener que recurrir al despistado y voluble cerebro humano. 

A partir de ese momento, la humanidad puede plasmar —¡qué proeza, qué magnífica proeza!— una idea, un acontecimiento, un número, una ley, el furor o la benevolencia de los dioses, las desgracias de los seres queridos, la descripción de las estaciones, el amor hacia otra persona... sobre un soporte y transmitirlo a otras a quienes tal vez ni conoce ni son contemporáneas suyas.

Podemos decir que fueron básicamente los escribas del creciente fértil quienes en un principio se encargaron de mantener vivo el conocimiento de esta maravillosa creación humana doble. Doble, sí, porque con el primer signo escrito nace, es evidente, el texto y, al mismo tiempo, la lectura. No hay escritura sin que haya alguien que la lea. Sin lectura la palabra escrita carece de sentido. Se escribe para que alguien lea.

Hoy, afortunadamente, y aunque tal vez no lo apreciemos en todo lo que vale, sabe leer y escribir una parte importante de la población mundial, y ojalá pronto sea toda ella, porque tener esa capacidad es tener un poder maravilloso, como bien sabían los escribas mesopotámicos que terminaban sus escritos con un orgulloso que los sabios instruyan a los sabios, porque los ignorantes no saben ver Catálogo de la exposición Naissance de l'écriture—.

Pero es que, además, la escritura, y con ella su inseparable cara la lectura, tiene la capacidad de ofrecer la inmortalidad, como también sabían los escribas en Egipto:

¡Sé escriba! ¡Graba esto en tu corazón

Para que también tu nombre sobreviva!

El pájaro es mejor que la piedra tallada.

Un hombre ha muerto: su cuerpo se convierte en polvo,

Y sus familiares se extinguen.

Un libro es lo que hace que sea recordado

En la boca del hablante que lo lee

(Lichtheim, Ancient Egyptian Literature. Citado por Manguel en Una historia de la lectura).

Sin poner como meta la inmortalidad y sin pretender salir de los márgenes de la vida cotidiana, no estaría demás hacer todo cuanto esté en nuestras manos por conservar y extender la capacidad lectora de nuestra sociedad, porque la lectura nos ayuda a frenar el crecimiento de la nada en sus múltiples facetas.

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