A pesar de los años, la vida me sigue pareciendo un auténtico misterio. No deja de sorprenderme esa extraordinaria fuerza que tiene para manifestarse continuamente y en cualquier lugar a pesar de todo cuanto hacemos para ponerla en dificultades.
Ya sé que son dos simples crías entre otros muchos millones de crías que nacen al cabo del año, pero impresiona ver a la segunda —la primera es habitante de un parque y, previsiblemente, va a encontrarse protegida— abrirse camino a base de vuelo torpe y taquicardia. Impresiona que entre neumáticos y malos humos, una pequeña cría de pájaro desorientada y con poco dominio de las alas sea capaz de sobrevivir. Impresiona ver cómo la vida continúa a su aire mientras los seres humanos nos encargamos de levantar extrañas y complejísimas construcciones absolutamente alejadas de cualquier semejanza con la naturaleza, y aun así la vida crece y prolifera y se abre paso.
Me impresiona, incluso, el hecho de que me impresione ver una insignificante y trivial cría de pájaro en dificultades cuando todos y cada uno de los días me encuentro llorando alguna brutal desgracia humana como consecuencia de nuestra propia inhumanidad. Me impresiona saber, afortunadamente, que aún no he perdido todo rastro de sensibilidad.
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