viernes, 12 de febrero de 2021

FRANCISCO BRINES, Desde Elca (antología)

Ejemplar del KM
Brines es uno de mis poetas vivos más queridos y admirados. He leído su Ensayo de una despedida —bajo este título recogió Tusquets su poesía completa—, pero no pude resistir la tentación de volver a leer sus poemas impresos en otro papel y agrupados de manera distinta. En este caso con su casa de la infancia como centro de interés. Ojalá llegue a buen puerto ese proyecto que ya está en marcha y podamos verla convertida en centro de estudios y sede oficial de la Fundación Francisco Brines. De momento apunta bien.

Vuelvo al libro. En él se recogen los poemas que tienen como tema principal o secundario Elca, se nombre o no, y que se encuentran repartidos por los otros títulos que el poeta ha ido publicando a lo largo de su vida. Pero hay también algún inédito, siete para ser exactos. Además de unas palabras iniciales de Fernando Delgado y un texto del propio Brines, que puede funcionar muy bien como introducción . 

Luego está mi relación personal y anecdótica con el lugar. Y es que fue muy cerca de allí —viendo el mismo mar y las mismas estrellas, aspirando el mismo aire perfumado de la mañana— donde escribí mi primer poemario, Invitación a la noche. Fueron unas vacaciones veraniegas muy provechosas. El caso es que vi el ejemplar en el estante y me lo llevé. Os dejo un par de poemas. El primero apareció publicado en El otoño de las rosas (1986), el segundo era un inédito... hasta ahora.


LAMENTO EN ELCA

                                                     A Antonio Mestre

Estos momentos breves de la tarde,
con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés,
o el súbito posarse en el laurel dichoso
para ver, desde allí, su mundo cotidiano,
en el que están los muros blancos de la casa,
un grupo espeso de naranjos,
el hombre extraño que ahora escribe.

Hay un canto acordado de pájaros

en esta hora que cae, clara y fría,
sobre el tejado alzado de la casa.
Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos,
la llevo a mis cabellos,
porque es ella la vida,
más suave que la muerte, es indecisa,
y me roza en los ojos,
como si acaso yo tuviera su existencia.
El mar es un misterio recogido,
lejos y azul,
                  y diminuto y mudo,
un bello compañero que te dio su alegría,
y no te dice adiós, pues no ha de recordarte.

Sólo los hombres aman, y aman siempre,

aun con dificultad.
¿Dónde mirar, en esta breve tarde,
y encontrar quien me mire
y reconozca?
Llega la noche a pasos, muy cansada,
arrastrando las sombras
desde el origen de la luz,
y así se apaga el mundo momentáneo,
se enciende mi conciencia.
Y miro el mundo, desde esta soledad,
le ofrezco fuego, amor,
y nada me refleja.

Nutridos de ese ardor nazcan los hombres,
y ante la indiferencia extraña
de cuanto les acoge,
mientan felicidad
y afirmen inocencia,
                             pues que en su amor
no hay culpa y no hay destino.




DONDE MUERE LA MUERTE 

Donde muere la muerte, 
porque en la vida tiene tan sólo su existencia. 
En ese punto oscuro de la nada 
que nace en el cerebro, 
cuando se acaba el aire que acariciaba el labio, 
ahora que la ceniza, como un cielo llagado, 
penetra en las costillas con silencio y dolor, 
y un pañuelo mojado por las lágrimas se agita 
hacia lo negro. 
Beso tu carne aún tibia. 

Fuera del hospital, como si fuera yo, recogido 
en tus brazos, 
un niño de pañales mira caer la luz, 
sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo, 
que habrá de abandonarle. 
Madre, devuélveme mi beso.

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