martes, 26 de enero de 2021

SOBRE LA CIENCIA

Editoial
 Sigo releyendo a Montaigne, aunque es más exacto decir que sigo degustando sus ensayos, pues lo hago a pequeños tragos, saboreando cada pensamiento, sin ninguna prisa.

Entre ayer y hoy me he adentrado en el famoso capítulo XII del segundo libro, la Apología de Raimundo Sabunde, sobre la que hace algún tiempo dejé un brevísimo comentario, aunque ya en otras ocasiones he invitado a la lectura no solo de este capítulo sino de todo Montaigne desde este mismo espacio.

Y es que el francés tiene muchas virtudes: escritura clara y sencilla; como su compatriota Descartes, a quien en buena medida le abrió el camino; un escepticismo bien entendido que da en indagarlo todo antes de aceptar cualquier afirmación, y, especialmente, un humanismo que afirma siempre la capacidad para salir adelante.

Montaigne es ese pensador doméstico con el que podemos charlar tranquilamente en la cocina y que siempre nos advierte para que no caigamos en las trampas de ningún fanatismo, por más que se disfrace de riguroso saber. Deleitaos con el párrafo inicial de este duodécimo capítulo que toda persona dedicada a la ciencia debe hacer suyo:

Es la ciencia, en verdad, cualidad muy útil y grande. Los que la desprecian demuestran claramente su necedad; sin embargo, no estimo su valor hasta el punto extremo que algunos le atribuyen, como Herilo, el filósofo, según el cual reside en ella el bien supremo, y de ella depende que seamos sabios y felices; cosa que no creo, como tampoco lo que otros han dicho: que la ciencia es la madre de todas las virtudes y que todo vicio está producido por la ignorancia. Si esto es verdad, es susceptible de larga interpretación (p. 443 de la edición de Cátedra. Traducción: Almudena Montojo).

La torre donde escribió sus Ensayos:


Castillo de Montaigne

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