sábado, 16 de enero de 2021

CHU YUAN / QU YUAN, un poema, una historia y una fiesta

Editorial
La poesía china es extraordinaria y lo digo en su sentido más estricto y etimológico. Rompe todas las marcas, se sale, literalmente, de lo ordinario. Su producción es tan abundante que el sinólogo Robert Payne llegó a decir que han escrito más poesía que todas las demás naciones de la tierra juntas (The White Pony). Un dato: La Recopilación completa de la poesía de la dinastía Tang, publicada en el siglo XVIII, reunía casi 50.000 poemas de aquella época y 2.200 poetas. Estamos hablando de un período de tiempo, el de la dinastía Tang, de tan solo tres siglos (618-907). Ese solo dato, con ser impresionante, no me impresiona más que saber del poeta Qu Yuan, o si lo preferís del ministro Qu Yuan.

El hispanista y traductor Guojian Chen nos cuenta su historia así: habiendo trabajado un tiempo como viceprimer ministro de Chu, cayó en desgracia del rey como consecuencia de las difamaciones y calumnias por parte de los ministros y nobles conservadores y fue desterrado dos veces a lejanas tierras salvajes del sur, donde escribió sus obras maestras: Li Sao (Tristeza) y Nueve elegías. Al ver que el país se encaminaba a la ruina y que no podía hacer nada para impedirlo, cayó en profunda desesperación y se suicidó arrojándose al río Miluo, de la actual provincia de Hunan. Según la leyenda, tras conocer la noticia, el pueblo se congregó en barcas en el río. Algunos remaban tocando tambores y gongs para espantar los peces, otros lanzaban tamales al agua para que éstos, hartos de comerlos, no tocaran el cuerpo del poeta, y éste fue el origen de una fiesta tradicional china, la de Barcas de Dragón, que se celebra todos los años el día cinco de mayo del calendario lunar (En la introducción a la Poesía clásica china).

Extraordinario. (No os perdáis el vídeo de la National Geographic, 4 minutos, de esta fiesta declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad por la UNESCO).

Y ahora el poema que recogieron Rafael Alberti y María Teresa León en su ya clásica antología de 1960 (Visor la editó en 2003): 


LA MUERTE POR LA PATRIA

Toman las fuertes lanzas y visten su armadura,
los carros mezclan sus ejes, las armas blancas entrechocan.
Oscurecen las banderas el día, los enemigos se amontonan como nubes.
Vuelan y van las flechas y caen, los guerreros rivalizan en coraje.
Pero el enemigo rompe nuestras filas, destrozando nuestro orden de batalla.
A la izquierda, un corcel derribado, a la derecha otro cae herido por el hierro.
Barro y polvo cubren las ruedas y sin embargo los carros avanzan.
Bate retirada el tambor sonoro, se alzan los bastones de marfil,
el destino del cielo nos empuja a la ruina, pero nuestro arrojo y ardor crecen.
Todos los valientes han caído, sus abandonados cadáveres cubren la llanura.
Habían partido hacia el combate. No volverán, partieron sin regreso.
Las llanuras son inmensas y los caminos largos.
Con los grandes sables en la cintura, el arco en la mano,
aunque las cabezas estén separadas del tronco,
se ve que hasta el final su valor no conoció desfallecimiento.
Fueron bravos verdaderos, probado queda vuestro arrojo.
Valientes fueron hasta el fin, nada se puede reprochar.
Vuestros cuerpos están muertos, pero vuestros espíritus llenos del sobrenatural soplo
se convertirán en heroicos genios.

En vida de Qu Yuan (340-278 a.n.e.) los romanos estaban embarcados en las guerras samnitas (aún no habían comenzado las guerras púnicas) y Alejandro Magno acababa de conquistar su imperio. Ninguno de ellos sabía de los otros.

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