Castillo de Montaigne. Tapada por el árbol, la famosa torre. |
Homo sum; nihil humani a me alienum puto |
"El espacio puede tener un horizonte y el tiempo un final, pero la aventura del aprendizaje es interminable". Timothy Ferris. La aventura del Universo.
Castillo de Montaigne. Tapada por el árbol, la famosa torre. |
Homo sum; nihil humani a me alienum puto |
Editoial |
Entre ayer y hoy me he adentrado en el famoso capítulo XII del segundo libro, la Apología de Raimundo Sabunde, sobre la que hace algún tiempo dejé un brevísimo comentario, aunque ya en otras ocasiones he invitado a la lectura no solo de este capítulo sino de todo Montaigne desde este mismo espacio.
Y es que el francés tiene muchas virtudes: escritura clara y sencilla; como su compatriota Descartes, a quien en buena medida le abrió el camino; un escepticismo bien entendido que da en indagarlo todo antes de aceptar cualquier afirmación, y, especialmente, un humanismo que afirma siempre la capacidad para salir adelante.
Montaigne es ese pensador doméstico con el que podemos charlar tranquilamente en la cocina y que siempre nos advierte para que no caigamos en las trampas de ningún fanatismo, por más que se disfrace de riguroso saber. Deleitaos con el párrafo inicial de este duodécimo capítulo que toda persona dedicada a la ciencia debe hacer suyo:
Es la ciencia, en verdad, cualidad muy útil y grande. Los que la desprecian demuestran claramente su necedad; sin embargo, no estimo su valor hasta el punto extremo que algunos le atribuyen, como Herilo, el filósofo, según el cual reside en ella el bien supremo, y de ella depende que seamos sabios y felices; cosa que no creo, como tampoco lo que otros han dicho: que la ciencia es la madre de todas las virtudes y que todo vicio está producido por la ignorancia. Si esto es verdad, es susceptible de larga interpretación (p. 443 de la edición de Cátedra. Traducción: Almudena Montojo).
La torre donde escribió sus Ensayos:
Castillo de Montaigne |
Editorial |
Librerías que disponen de él. |
Así nos cuenta Montaigne el final del sitio de Weinsberg (1140), enmarcado en las luchas entre güelfos y gibelinos o, dicho de otra manera, entre seguidores del emperador y seguidores del Papa. Dante, por ejemplo, militaba entre los güelfos.
Así lo representaba el grabado en cobre de Zacharias Dolendo, siglo XVI. Fueunte: Wikipedia. |
Localización: Paseo de Txaparrene. |
Traducción: Pedro Bádenas de la Peña Introducción: Carlos García Gual |
Por supuesto, no voy a pedir que las Fábulas se conviertan en libro preceptivo como lo fue durante los siglos XV y XVI en las universidades europeas, que aunque Montaigne ya nos advirtió de que no porque sepamos más cosas ahora que las generaciones precedentes, somos por eso mejores personas. Ni se trata de mirar hacia atrás ni de obligar a nadie a leer clásicos. Se trata de disfrutar en ese largo y fructífero diálogo de influencias, referencias y tradiciones que es nuestra gran literatura, la que poco o nada tiene que ver con el hiperdesarrollado mundo de la cultura de supermercado y, en consecuencia, saber diferenciar.
Posiblmente, uno de los aspectos más interesantes de estas breves historias que transcurren generalmente entre animales, pero no siempre, sea la capacidad que tienen para expresar pequeñas y cotidianas verdades que puestas en la acción y en las palabras de esos animales podemos digerir con facilidad e incluso nos resultan agradables. Como un juego inocente y divertido. Por eso resultan tan populares.
EL LABRADOR Y LA SERPIENTE
Una serpiente que se deslizó en la morada de un labrador mató a su hijo. Aquel, presa de un terrible dolor, tomó un hacha y fue a ponerse al acecho ante su nido para atacarla tan pronto como saliera. Al asomar la serpiente la cabeza, descargó un hachazo, pero falló y partió una piedra que había al lado. Temeroso de lo que pudiera pasar después, le pidió que se reconciliara con él. Dijo la serpiente: "Ni yo puedo estar a bien contigo viendo la piedra partida ni tú conmigo contemplando la tumba de tu hijo".
La fábula muestra que los grandes odios no tienen una reconciliación fácil.
EL LOBO Y LA OVEJA
Un lobo harto de comida vio una oveja echada en el suelo. Al darse cuenta de que se había dejado car por miedo, se acercó y la tranquilizó diciendo que si le contaba tres cosas que fueran verdad la dejaría marchar. Entonces la oveja empezó diciendo primero, que no habría querido encontrárselo; en segundo lugar, que si el destino se lo hubiera concedido, preferiría habérselo encontrado ciego, y, en tercer lugar, dijo: "¡Así perezcáis de mala manera todos, malditos lobos!, que sin haber sufrido mal alguno de nuestra parte la guerra nos hacéis con maldad". El lobo, entonces, comprendió que le había dicho la verdad y la dejó marchar.
La fábula muestra que en muchas ocasiones la verdad surte efecto, incluso entre los enemigos.
LAS DOS ALFORJAS
Prometeo cuando modeló a los hombres les colgó dos alforjas, una con los defectos ajenos y otra con los propios; la de los ajenos la puso delante y la otra la colgó detrás. Desde entonces ocurrió que los hombres ven de entrada los defectos de los demás mientras que no distinguen los suyos propios.
Podría aplicarse esta fábula al hombre impertinente que, ciego en sus propios asuntos, se cuida de los que en nada le conciernen.
Ya véis, no son verdades con mayúsculas, no son grandes enseñanzas acerca del ser y de la nada. Son pequeñas historietas para manejarnos en la vida cotidiana, algunas de las cuales resuenan, eso sí, en otras grandes historias. Son algo así como la guía iconográfica para reconocer escenas más o menos familiares a las que no acabamos de poner nombre.
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Editorial |
Pórtico
La gente no sabe cuánto tiempo y esfuerzo cuesta aprender a leer. He necesitado ochenta años para conseguirlo y todavía no sabría decir si lo he logrado.
J. P. ECKERMANN, Conversaciones con Goethe
No sé leer. ¿Acaso alguien podría decir que sabe? Nos pasamos la vida leyendo, pero nunca aprendemos. Nadie sabe leer porque la lectura no es una competencia que pueda adquirirse de una vez por todas, sino una "forma de vida", y nadie sabe vivir. Siempre existimos a la primera, rodeados de ignorancia, de preplejidad y de duda. Leer es detenerse un instante en el flujo del tiempo y enfrentarse a algo que nos interroga y desafía, es iniciar un viaje que nunca se sabe adónde conduce, es caminar y perderse en un texto, como quien se pierde en un bosque, y correr el riesgo de salir siendo otro distinto del que se era al principio. Leer es releer, regresar una y otra vez sobre los libros que nos interpelan, esos que, aunque a veces estén lejos, nos siguen sacudiendo como la primera vez. Es dejarse afectar por la palabra de alguien que no está físicamente presente pero tampoco está del todo ausente. Es escuchar voces que vienen de lejos y enfrentarse a una escritura que dice pero que no responde, que en ocasiones ofrece consuelo, aunque la mayor parte de las veces lo que provoca es desasosiego.
Leer es inquietante.
(p 15)
Y seguí leyendo, y leyendo, y leyendo. Y me encotré con Cervantes y con Platón y con Flaubert y con Kafka y con Montaigne y con Zambrano y con Nietzsche y con Cartarescu y con Virginia Woolf y con Samuel Beckett y con Dostoievski y con Descartes y con Freud y…
Y terminé el libro y cuando iba a preparar este comentario, me encontré con el mismísimo Mèlich que decía esto:
Y de Montaigne a Bach.
Cuando estudiaba el bachillerato superior, yo ya había abandonado las creencias religiosas; sin embargo, no me importaba nada que llegara la Semana Santa y las emisoras se pusieran de luto bajo el franquismo, recogieran bártulos y solo emitieran música clásica. Aquellos cuatro días yo me transformaba en el más asiduo oyente de radio. Disfrutaba escuchando. Y lo que más se programaba, podéis suponerlo, era Bach. El inmenso Bach.
La pasión según San Mateo es una de las obras cumbre de la música. Y por increíble que parezca estuvimos a punto de perderla. Menos mal que un siglo después de que Bach la compusiera, llegó un jovencísimo Mendelssohn y la rescató del olvido. De hecho, durante aquella época se tenía en mayor aprecio a los hijos compositores que al padre de la saga Bach.
Todo el oratorio, con sus casi tres horas de duración, es una maravilla. Y da igual la fe que se profese o la que no se tenga, todo él es tan sublime que no es necesario participar de ninguna creencia para emocionarse ante su inmensa belleza.
Os dejo el coro inicial Kommt, ihr Töchter (Venid, hijas) y el aria Erbarme dich, mein Gott (Ten piedad, mi Dios).
Editorial Virus |
Editorial |
Aristóteles, Sócrates, Platón,
Epicuro, Lucrecio, y Tomás
(el de Aquino), aunque prefiero a Kant,
incluso al optimista Saint-Simon.
Hume, Habermas, Gadamer, Kierkegaard,
Foucault, Descartes, Camus, Stuart Mill,
Agustín, Aranguren y Laín,
sin olvidar al bueno de Gracián.
Locke, Wittgenstein, Russell y además
Simon de Beauvoir, Zambrano y la Arendt.
Unamuno, Bacon, Ortega, Sarte,
Agustín, Marco Aurelio y Montaigne,
Séneca, Voltaire, Rousseau y hasta Marx.
Y Nietzsche, y Husserl, y Edgar Morin.