jueves, 23 de abril de 2020

DE LIBROS Y DE LIBRERÍAS


Creo que nadie que me conozca o que haya leído lo que vengo publicando desde hace años en este espacio puede dudar de mi interés por divulgar actividades culturales diversas y especialmente libros, libros de todo tipo. Los libros son, incluso, uno de mis objetos preferidos y sería seguramente un poquito más feliz, solo un poquito, si pudiera tener una enorme casa en la que disponer de una biblioteca personal con miles y miles de volúmenes. Eso me facilitaría el trabajo y me ahorraría muchos paseos a las bibliotecas. Pero también me gusta pasear y las bibliotecas son mis espacios cerrados favoritos.

Me gustan los libros, me encantan los libros, pero me cansa mucho ese exceso de frases hechas, desgastadas, hiperbólicas, ñoñas, sensibleras y hasta mentirosas, que cada año se reproducen sin piedad en cuanto nos acercamos al 23 de abril. Y no me preocupan las que proceden de la gente de la calle, del vecino iletrado o de la vecina que bastante tiene con desmenuzar la cuenta de la compra. 

Me molestan las que vienen de altas instituciones culturales o del colectivo que se dedica a la escritura. Y me molestan por dos razones: primero, porque estas personas sí tienen formación suficiente para saber qué significan las palabras que están utilizando; después, porque solamente encubren publicidad, ya que ellas son las beneficiarias directas de aquello que están ensalzando, ya sea como fama o como benificio económico. Autoadulación.

Dos perlas de estos días que podéis encontrar en las redes sociales: 
  • Leer es un acto de resistencia. 
  • La libertad es una librería.

Soy el primero en defender los beneficios del conocimiento y estoy absolutamente convencido de que impulsar la creación y el desarrollo de todas las actividades que tengan que ver con la expansión y mejora del mismo hacen más fuerte y más rica (en todos los sentidos) una sociedad. Y la preparan mejor para afrontar el futuro que poseer, por ejemplo, grandes reservas de petróleo. Defenderé los beneficios de la lectura donde sea necesario, porque los he disfrutado personalmente. Es innegable que la cultura, toda la cultura, nos ayuda a resistir mejor cualquier dificultad. Pero no de esta manera engolada y autoagasajante. 

Claro que quiero ver las librerías abiertas, pero que esos comercios estén abiertos no quiere decir que gocemos de mayor libertad. Entre otras cosas porque hay libros excelentes y admirables, pero también los hay verdaderamente vulgares y que aportan menos a la colectividad que un tornillo, un tubo de pegamento, un cable eléctrico o un pastel de crema con todas sus toxinas y calorías. Quiero ver todas las librerías abiertas y todas las tiendas de mi barrio que no venden ni un solo libro y todos los talleres y todos los pequeños negocios y a toda la gente que habitualmente se movía por las calles y que, sin ninguna duda, son mucho más necesaria para la vida en común que cualquier libro, porque son personas.

Afirmar la vida contra todos los envates y quebrantos es un acto de resistencia. Ayudar a las personas a seguir vivas es un acto de resistencia. Ayudar a quien lo necesita es un acto de resistencia. Leer es, en la mayoría de los casos, un pasatiempo; en otros, un acto de formación y aprendizaje. Y aunque las muchas lecturas y los buenos libros nos ayudan a resistir mejor el confinamiento, también lo hace la ciencia, la filosofía, el arte, la música, los múltiples conocimientos, el buen carácter, las amistades y todas y cada una de las personas que nos quieren.

Y si queréis frases deslumbrantes y más certeras que esas de ahí arriba esta que Emili Teixidor escuchó a un niño en alguna de sus charlas por centros educativos me parece más apropiada: Leer es querer que el mundo no se acabe nunca. Lo mismo que disfrutar de una película, un concierto, una obra de teatro..., o cualquier otra historia que nos subyugue al calor de la amistad y la buena compañía; aunque sepamos, claro está, que nuestra vida puede acabarse en cualquier momento.

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