jueves, 25 de julio de 2019

A PROPÓSITO DEL AMOR

Entre los diversos y variados propósitos que empujan a quien escribe un poema, seguramente el más repetido sea el que viene dado por la manifestación amorosa. Si en algún momento nos dedicáramos a contar (ignoro si se ha hecho) los poemas de amor escritos y compararlos con el resto, estoy seguro de que el tema amoroso es el más prolífico. Pero no esto lo que hoy me llama la atención, sino lo mucho que nos dice un obra de quien la escribe. No me refiero a lo que la obra nos comunica; me refiero a lo que el texto nos dice sobre la persona que lo ha escrito. 

Estaba hace unos días recogiendo y clasificando poemas de amor y eran tan manifiestas las diferencias entre unos y otros, eran tan marcados los puntos de vista desde donde se partía, eran tan abrumadoramente distintas las concepciones de ese mismo sentimiento, que lo primero que se me hacía evidente era cuánto podemos saber de la persona que lo ha escrito, cuánto nos dicen las palabras que ha escogido el autor o la autora sobre su mundo, sus ideas, sus creencias y su manera de entender la vida. 

No voy a ponerme en plan pelma y analista, ni voy a bucear en la personalidad de nadie —cosa que, seguro, haría muy mal—. Pero si os dejo cuatro ejemplos, cuatro poemas de amor escritos por cuatro personas distintas para que veáis con vuestros propios ojos las muchas pistas que nos dejan sobre la personalidad de quienes los han escrito. No cito los nombres para no dar pie a conocimientos previos ni favorecer conjeturas. 





Que yo siempre amé
yo te traigo la prueba
que hasta que amé
yo nunca viví —bastante—


que yo amaré siempre—
te lo discutiré
que amor es vida—
y vida inmortalidad—


esto —si lo dudas— querido,
entonces yo no tengo
nada que mostrar
salvo el calvario.



Corazón, le olvidaremos
en esta noche tú y yo.
Tú, el calor que te prestaba.
Yo, la luz que a mí me dio.




2º 

Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo,


como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,


todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.


Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,



y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.





Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores
con un puñal, con besos y contigo.

Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.

Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.

Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida.





No es fácil expresar lo que has cambiado.
Si ahora estoy viva entonces muerta he estado,
aunque, como una piedra, sin saberlo,
quieta en mi sitio, mi hábito siguiendo.
No me moviste un ápice, tampoco
me dejaste hacia el cielo alzar los ojos
en paz, sin esperanza, por supuesto,
de asir los astros o el azul con ellos.


No fue eso. Dormí: una serpiente
como una roca entre las rocas hiende
el intervalo del invierno blanco,
cual mis vecinos, nunca disfrutando
del millón de mejillas cinceladas
que a cada instante para fundir se alzan
las mías de basalto. Como ángeles
que lloran por la gente tonta hacen
lágrimas que se congelan. Los muertos
tenían yelmos helados. No les creo.


Me dormí como un dedo curvo yace.
Lo primero que vi fue puro aire
y gotas que se alzaban de un rocío
límpidas como espíritus. y miro
densas y mudas piedras en tomo a mí,
sin comprender. Reluzco y me deshojo
como mica que a sí misma se escancie,
igual que un líquido entre patas de ave,
entre tallos de planta. Mas no pienses
que me engañaste, eras transparente.


Árbol y piedra nítidos, sin sombras.
Mi dedo, cual cristal de luz sonora.
Yo florecía como rama en marzo:
una pierna y un brazo y otro brazo.
De piedra a nube iba yo ascendiendo.
A una especie de dios ya me asemejo,
hiende el aire la veste de mi alma
cual pura hoja de hielo. Es una dádiva.



Sin duda, nadie os va a impedir buscar la autoría de los poemas, pero el juego de imaginar cómo podrían ser las personas que los escribieron perdería mucho encanto.

Que tengáis un feliz día.

2 comentarios:

  1. A propósito del Amor.Sí mejor no buscar autores, así como esta es mejor para la imaginación..... podemos ser cualquiera, que sienta el AMOR en todas sus formas y vivencias. Buen día a todos.

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Maribel!

      Me alegro de que pases por aquí e incluso te lances a colocar un comentario.

      Bienvenida seas.

      Eliminar

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