Dibujo de Basho por Hokusai. Fuente: Wikipedia. |
salta una rana ¡zas!
chapaleteo.
Traducción de Octavio Paz. Versiones y diversiones.
Según dicen, Basho escribió este haiku en 1686 y poco tiempo después ya era famoso. Las traducciones son numerosas y, aunque cambian las palabras, el orden y la puntuación, la situación es la misma.
No creo que a Basho le preocupara mucho cómo se presentara su haiku en otras lenguas. De hecho, no creo que le importaran demasiado las palabras en la suya propia, sino la percepción, ser capaz de plasmar una intuición a través de un instante.
Estamos en Japón, y si la cultura, la sociedad, la naturaleza tienen algo que ver con la forma de entender la realidad, su filosofía, yo diría que este haiku, como otros muchos, está impregnado todo él de Kenshō, esa intuición primigenia que es capaz de captar la naturaleza de las cosas según el budismo zen.
Dice el filósofo Nishida que es el artista, no el erudito, quien accede a la naturaleza auténtica de la realidad. Así, lo que el poema realiza es la transmisión a quien lee de la acción de la rana introduciéndose en el estanque. Ya está, no hay que buscar más. Percepción. Instante. Esencia.
Hay quien va un poco más allá, o más acá, y sin salirse de la percepción intuitiva, nos advierte de que no es el instante del chapoteo, no el momento del ruido en el agua, sino que lo evocado es la ruptura, la perturbación de la quietud y el silencio.
En esencia, estamos hablando de lo mismo. Ya nos situemos en el momento del ruido, ya en el anterior a él, a lo que Basho quiere llevarnos es a un estado de conciencia que es muy ajeno al pensamiento occidental.
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