Que nadie pretenda ver en esta humilde serie sobre la obra de Shakespeare un análisis de la misma. Ni tan siquiera un comentario bien trabado. El bardo inglés es demasiado complejo, demasiado rico, demasiado plural y extraordinario como para solventarlo en estas brevísimas entradas, que solamente quieren ser una invitación a su lectura. Y subrayo la palabra, pues hoy es mucho más fácil entrar en su universo a través de la lectura que no mediante las representaciones, donde cada director quiere ofrecernos su interpretación.
De Enrique V quiero destacar las múltiples lecturas que podemos hacer del punto de vista sobre la guerra, la autoridad y el Estado. Algún comentarista simplón y nacionalista la leyó como un canto del valor militar y un ensalzamiento de la invasión del territorio francés. Es cierto que Shakespeare juega con esas opiniones y también con otras muchas. Yo prefiero leerla como un friso sobre la complejidad del tema, incluido el punto de vista antibelicista. De hecho, la ambigüedad y el contraste siempre están presentes: a un discurso en defensa de la acción heroica siempre le sigue otro que pone en duda esas afirmaciones. Ante la seriedad del rey y la nobleza, el lado cómico y la visión burlona de la soldadesca.
No voy a negar, porque es evidente desde el primer parlamente de Enrique V hasta el último, que la obra está al servicio de la carismática figura del héroe-rey, uno de los personajes más sólidos construidos por su autor; no voy a negar que, como señala Bloom, la presencia del militarismo, la brutalidad o la hipocresía quedan empañadas por la majestuosa presencia del personaje principal. Pero a pesar de eso, los diálogos más incisivos y valiosos son los sucesivos diálogos del acto IV entre Enrique V y su tropa, cuando el rey se ampara en una capa para no ser reconocido con el fin de tantear los ánimos. Son los diálogos que se preguntan por el tema sustancial, el de la justicia y la guerra:
ENRIQUE: ... pues su causa es justa y su querella honorable.
WILL: Eso es más de lo que nosotros sabemos.
BATES: Sí, o más de lo que no debemos tratar de saber, porque sabemos suficiente con saber que somo súbditos del rey. Si su causa es mala, la obediencia que debemos al rey nos absuelve de toda culpa.
WILL: Pero si su causa no es buena, el rey mismo tendrá una terrible cuenta que rendir cuando estas piernas, estos brazos, estas cabezas, cercenados en la batalla, se reúnan el día del Juicio final y griten todos: "Nosotros sucumbimos en tal lugar; los unos, jurando; los otros, llamando a un cirujano; los otros llorando por sus mujeres, dejadas en la pobreza tras ellos; éstos, lamentándose de las deudas por satisfacer; aquéllos, de sus hijos, abandonados sin socorro". Temo que haya pocos de los que mueren en una batalla que mueran bien, porque ¿cómo podrán tomar la menor disposición caritativa, cuando no piensan más que en la sangre?
Si hay un autor verdaderamente hábil ofreciendo razones y argumentos a sus personajes, ofreciendo palabras a sus gestos, ese es Shakespeare. Toda la obra rezuma de ellos, pero a mí el cuarto acto durante el tiempo que trascurre por la noche, antes de que las tropas enemigas se enfrenten en la batalla de Azincourt, me parece un prodigio dialéctico, incluidas las distancias que marca la ironía y las entregas que impone el entusiasmo del convencimiento.
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Os dejo la versión cinematográfica de Branagh. También se encuentra disponible la de Laurence Olivier. Podéis contrastarlas..., después de leer el texto. O si no estáis de Shakespeare (sería una pena), podéis ir al minuto 1:50:08 y dejaros arrastrar por el coro interpretando el Non nobis domine. Pero eso ya no es producto del dramaturgo.