Como suelo hacer casi siempre, aprovecho le intervención para disfrutar de algún detalle o conocer un sitio todavía sin explorar. Aunque la ciudad la conozco relativamente bien, nunca había estado ni en la catedral nueva ni me había acercado hasta la secuoya. Dada la extrema proximidad del Centro Ignacio Aldecoa a la una y a la otra, la ocasión hacía imperdonable que siguiera sin visitarlas.
Sabía ya del mal estado en que se encontraba el árbol gigante, pero no esperaba encontrármelo demediado. La iglesia tampoco es que atraviese sus mejores momentos, pero esto, en cambio, es una ventaja para el visitante, pues permite verla sin nadie a tu alrededor y en un comodísimo silencio.
Si alguna vez pasáis por ahí, no dejéis de recrearos en las estupendas tallas que coronan las columnas adosadas del exterior. Son fantásticas. En realidad, todo el trabajo escultórico que adorna la obra es de primera calidad, pero a mí me gustan especialmente las escenas de pequeño tamaño del exterior.
Lo imperdonable fue que mi lectura coincidiera con la conferencia sobre Micaela Portilla —yo fui alumno suyo— a la que hubiera asistido de muy buena gana, si no la hubieran cambiado pocos días antes del 18 de enero al mismo día 20 y misma hora en que yo presentaba libro 😢😢😢.
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