Los Apóstoles y la Piedad de Oteiza. |
El Santuario de Aránzazu es un lugar donde convergen (o si lo preferís, de donde parten) multitud de caminos: caminos espirituales, caminos artísticos, caminos de montaña. Yo acudí el pasado 1 de enero con una intención doble: por un lado, revistar los senderos artísticos que sembraron allí grandes nombres del arte vasco; por otro, transitar por el pequeño GI-3005, el que llaman el camino escondido (¡qué gran acierto!), un recorrido que nunca he hecho y que se aparta de los mucho más populares que van hacia las campas de Urbia.
Ayudado por la temprana hora y la falta de visitante, me entretuve en el interior de la basílica, en la cripta, en la fachada —qué perezosos pies, qué entretenidos pasos—. Todo el edificio está lleno de obras fascinantes, de sorpresas que no dejan de sorprender aunque ya no tengan nada de tales porque se han visitado numerosas veces. Los ojos infantiles siempre miran como si fuera la primera vez.
Retablo de Lucio Muñoz. |
Cristo Resucitado de Néstor Basterretxea. |
Las impresionantes puntas de diamante que recorren la torre y parte de la fachada. |
Torre del campanario, 44 metros. |
Y después me puse a andar por esos montes y barrancos tan llenos de vida, tan llenos de encantos. ¡Oh bosques y espesuras! ¡Oh prado de verduras! ¡Las montañas, los valles solitarios nemorosos, los ríos sonoros, el silbo de los aires amorosos... (el carmelita seguro que me habría permitido este desliz).
Una manera de disfrutar el primer día del año.
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