martes, 18 de agosto de 2020

UNA ANÉMONA, SOLAMENTE UNA ANÉMONA

 

Yo iba a publicar hoy un pequeño comentario sobre La estructura de las revoluciones científicas, pero esta humilde anémona se ha interpuesto en mi camino y he sucumbido a su encanto. No he podido evitarlo: la transparencia de sus pétalos, la iluminación del momento, la suave delicadeza de su color..., todo ha contribuido para que una flor, una simple flor se transforme en única, como la del Principito, y desplace a uno de los textos más importantes sobre la concepción de la ciencia y sus avances. 

Podría añadir, además, las múltiples historias mitológicas que rodean a esta flor, pero no me atrevo a repetir ninguna de ellas, porque me da la impresión de que todas son apócrifas. Desde luego, yo no soy Robert Graves y no conozco, ni de lejos, las múltiples aventuras de los prolíficos dioses griegos. La inmensidad de la mitología griega es apabullante, pero hasta donde yo llego, nunca he encontrado en ningún autor clásico referencia alguna a esta flor y al dios del suave viento primaveral, Céfiro.

Así, pues, ha sido su solo encanto, su desnuda presencia, su sencillo y transparente estar, lo que ha hecho posible que este espacio reservado para comentar la obra más destacada de Thomas Kuhn se haya visto ocupado por la humilde presencia de esta anémona de la que incluso ignoro qué tipo de anémona es, pero que hoy ha sido capaz de hacerse con toda mi atención.

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