De los escombros de la actualidad nace este hermoso grito lleno de imágenes bellísimas y en el que podemos ver el desolado paisaje del lado más feo de nuestra sociedad.
De la ruina de la razón nace la palabra
que busca regresar, romper el cerco:
el duraznero, el dafne,
el laurel común, un rosal silvestre,
el camelio, el romero,
la piedra de cimentar que fue asiento,
los senderos de grava,
el incendio de la memoria
mientras se parte el esternón de la casa.
Ella nos lo lee en su lengua original:
Tal y como nos cuenta Miriam Reyes en el prólogo para esta edición bilingüe, en el germen del libro hay un hecho biográfico conocido: en 2011 la casa familiar y otras setenta casas aledañas —un valle entero— son derrumbadas para la ampliación de un aeropuerto. El hecho en sí no aparece en el poemario, pero sí lo que una pérdida semejante supone y otras muchas a lo largo de la vida van configurando. Pero no nos equivoquemos, no hay idealización del pasado. La vida es frágil y fragmentaria, y la familia no tiene por qué ser perfecta ni la infancia feliz. E intentando sobreponerse al dolor y a la memoria, la palabra fundadora de la poeta.
Me sobrepongo al endecasílabo
—¿el compás de mi sangre,
la música silenciosa del universo?—
mientras bombas en racimo arrasan las cosechas
y un hilo sutilísimo de terror
paraliza los animales de la casa.
Malditos los ecos subrepticios de la belleza,
los ángeles tañendo en la noche koras y violines,
la odiosa terquedad de la esperanza
pugnando por reconstruirnos.
Y ese limpiar de impurezas de la palabra,
sus mañas de orfebre,
su tallar en marfil la desmemoria...
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