miércoles, 5 de agosto de 2020

LA CONEXIÓN PARÍS-SAN SEBASTIÁN


Julio, 2020. Paseo del Urumea, Donostia. Hay buena luz y me acerco a fotografiar uno de los tres adornos-templetes-fuentes que hay en el paseo. Forman parte del lado parisino-moñoño-elegante del mobiliario urbano y están perfectamente integrados en el lugar. Aunque son de reducido tamaño, yo diría que si un día desaparecieran, la población los echaría en falta, porque hace ya mucho tiempo que conviven perfectamente con el río, el paseo y los tilos.


Abril, 2007. Plaza Emmanuel-Levinas, París. Me acerco al barrio de la Sorbona y atravieso la plaza que la ciudad ha dedicado al filósofo de origen lituano. Ahí están las mujeres que soportan sobre sus cabezas el remate jónico. Dejo un momento aparcado a uno de los grandes pensadores del siglo XX sobre la ética.

Entre el verde parisino y el blanco donostiarra, me quedo con el segundo. La anécdota también tiene su gracia. La recogía el calendario que el Ayuntamiento donostiarra repartió el año anterior:

En 1872, el filántropo inglés Richard Wallace financió el diseño de una fuente para que en París se bebiera menos vino y más agua (sic). Años después, el Ayuntamiento de San Sebastián adquirió tres de aquellas fuentes, ya bautizadas como Wallace, para que turistas y paseantes de La Concha pudieran refrescarse (más información RSS).

Posiblemente, excepto historiadores y documentalistas de la ciudad, nadie recuerde ya ni la anécdota que dio origen a las fuentes ni dónde se encontraban situadas antes de que pasaran a convertirse en piezas ornamentales, pero estoy seguro de que quien más quien menos sabe que en ellas hay una parte de esa querencia que la ciudad guarda hacia la capital francesa.

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