Nacen entre las grietas de las rocas
y van fortaleciéndose con la lluvia y el sol.
Diría que es imposible permanecer firme
ante tal adversidad, lo afirmaría en cualquier
otra época de mi vida, pero hoy no.
Porque me reconozco en esas flores
que intrépidas y solitarias
han sobrevivido al temporal.
Así es la poesía de Intemperie, sensible, clara, melancólica y resistente. Y próxima, muy próxima. Mientras leemos los poemas, da la impresión de que estamos oyendo hablar a la amiga de toda la vida a nuestro lado. A veces contándonos sus preocupaciones, sus quejas, sus dolores; otras, invitándonos a seguir adelante con ella.
Marian Fernández nos muestra lo duro que puede ser estar a la intemperie, las dificultades que la vida pone a nuestro paso, el cansancio que genera. Pero no se rinde nunca, no pierde la esperanza; aunque haya momentos en los que el quebranto parezca ganar la partida, siempre se repone. Y son siempre las cosas más humildes las que le enseñan el camino:
Era dueña de muchas cosas,
y del sabor de la genciana en la boca.
El vuelo de un gorrión me enseñó el camino.
Desde la más profunda modestia, desde el reconocimiento del punto de partida, esta lazkaotarra puede afirmar con serenidad:
No conozco grandes fulgores
y mi fogata luce pequeña entre las demás.
Insisto, es escasa la lumbre en mi cabaña.
Pero no por ello se apaga.
Tan solo hay días un poco más oscuros.
Son días donde mi fe se difumina.