
Siempre me han gustado mucho estas palabras que Benavente pone en boca de Manuel en el acto 3º, escena III, de La otra honra: No siempre han de estar las flores en el camino para irlas cortando a nuestro paso; es más seguro llevarlas en nuestro corazón para dejarlas caer y alegrar con ellas los caminos de aridez y asperezas.
Y me gusta lo que el Manuel ficticio dice porque está recogiendo aquel sentido clásico de la creación poética que Aristófanes expuso claramente en su obra Las ranas: ¿Qué es lo que debemos admirar de un poeta? Su inteligencia aguda, su sabio consejo y que haga mejores a los ciudadanos (el subrayado es mío).
Me gusta pensar con Aristófanes que la creación (ποίησις- poiesis), sea del tipo que sea, tiene siempre entre uno de sus objetivos buscar el desarrollo moral e intelectual de la sociedad, algo similar a lo que pensaba Epicuro sobre los beneficios del estudio y conocimiento de la naturaleza.
Que estas flocerillas preprimaverales sean como buenos versos que sirvan de estímulo para que seamos, aunque solamente sea durante el breve momento de su contemplación, un poco mejores personas.
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