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Editorial |
Como dice Jordi Llovet en el prólogo que redactó para esta edición —y que luego aprovecharía para La literatura admirable— este libro pertenece a la categoría de los libros que cumplen con el objetivo de hacer pasar un largo rato lleno de una serena, tierna y desbordada felicidad.
No voy a comentar la novela porque ya lo hice en otro momento y porque el mejor comentario que podáis leer es el que ya hizo mi admirado Llovet, y a su sabiduría y buen hacer remito a quien pase por aquí. Lo que voy a hacer es dejar un breve ejemplo de las dotes que Dickens tenía para contar con humor y sencillez. Entonces era un joven desconocido de 24 años. Esta novela le sacó del anonimato. Su éxito radicó en la forma tan amable y positiva que tuvo de contar todo tipo de asuntos, hasta los que podrían ser más antipáticos y escabrosos.
Estamos en el capítulo XIII, páginas 228-9 de esta edición. Pickwick y sus compañeros se han acercado hasta una pequeña población en la que habrá elecciones al día siguiente. Todo el pueblo está alterado. Slumkey es el candidato de los azules y Fizkin lo es de los amarillos.
No bien se habían apeado los pickwickianos, cuando fueron rodeados por un grupo desgajado de la masa de aquellos honrados e independientes; grupo que a continuación lanzó tres aclamaciones ensordecedoras, las cuales, al ser respondidas por la masa principal (pues una multitud no necesita saber a propósito de qué aclama), creció hasta convertirse en un tremendo rugido de triunfo, que hizo detenerse hasta al hombre enrojecido del balcón.
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