#unlibrounpoema
Sobre este poema José Zorrilla, el autor del famoso Don Juan, escribió: Eran (...) una manía los alardes de versificación, y desde que Victor Hugo escribió sus Djinns, no pudimos creernos poetas sin hacer un rombo o escala métrica (Métrica española, de Navarro Tomás).
El poema es un alarde de virtuosismo métrico a lo largo de sus 15 estrofas. Comienza creciendo desde las dos sílabas (1ª estrofa) hasta las diez (8ª estrofa) para, una vez alcanzada la máxima extensión silábica, volver a decrecer ( 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 10, 8, 7, 6, 5. 4, 3 y 2 ).
En la traducción se pierde la medida, pero podéis comprobarla en el original.
En la actualidad, este tipo de habilidades métricas no se practican en absoluto, pero durante buena parte del XIX tuvieron un gran predicamento y fueron muy admiradas por el público lector.
LOS DJINNS
Muros, ciudad
y puerto,
refugio
de muerte,
mar gris,
donde rompe
la brisa,
todo duerme.
En la llanura
nace un ruido.
Es el aliento
de la noche.
Ella brama
como un alma
que a una llama
siempre sigue.
La voz más alta
parece un cascabel.
De un enano que salta
es el galope.
Huye, se lanza,
luego en cadencia
sobre un pie baila
en la cresta de una ola.
El rumor se acerca,
el eco lo repite.
Es como la campana
de un convento maldito;
como un ruido de gentío,
que truena y que rueda,
y que tan pronto se derrumba,
como se hace mayor.
¡Dios! ¡La voz sepulcral
de los Djinns! ... —¡Qué ruido hacen!
Huyamos bajo la espiral
de la profunda escalera.
Ya se apaga mi lámpara,
y la sombra de la barandilla,
que repta por la pared,
se eleva hasta el techo.
¡Es el enjambre de Djinns que pasa,
y se arremolina silbando!
Los tejos, que su vuelo hace trizas,
crujen como un pino ardiendo,
su manada, compacta y veloz,
volando en el espacio vacío,
parece una nube lívida
con un relámpago en su flanco.
¡Están muy cerca! – Mantengamos cerrada
esta habitación, donde les burlaremos.
¡Qué ruido afuera! ¡Espantoso ejército
de vampiros y dragones!
La viga del techo descuajada
se arquea como la hierba mojada,
y la vieja puerta oxidada tiembla,
hasta arrancar sus goznes.
¡Gritos del infierno! ¡Voz que aúlla y que llora!
El horrible enjambre, empujado por el aquilón,
sin duda, oh cielos! se abate sobre mi morada.
Los muros ceden bajo el negro batallón.
La casa grita y vacila inclinándose,
y se diría que, arrancada del suelo,
como si persiguiera una hoja seca,
el viento la hiciera rodar con su torbellino!
¡Profeta! ¡Si tu mano me salva
de estos impuros demonios de las noches,
iré a postrar mi frente calva
ante tus sagrados incensarios!
¡Haz que sobre estas puertas fieles
muera su aliento de chispas,
y que en vano la uña de sus alas
chirríe y grite sobre estos negros vitrales!
¡Han pasado! - Su cohorte
vuela, y huye, y sus pies
dejan de golpear mi puerta
con sus multiplicados golpes.
El aire está lleno de un ruido de cadenas,
y en los bosques cercanos
tiemblan todos los grandes robles,
doblados bajo su vuelo de fuego.
De sus alas lejanas
el batir amaina.
Tan confuso en las llanuras,
tan débil, que uno cree
oír los saltamontes
gritar con voz aguda
o burbujear la granizada
sobre el plomo de un viejo tejado.
Extrañas sílabas
nos siguen llegando;
así, los árabes
cuando suena el cuerno,
un canto en la orilla
por momentos se alza,
y el niño que sueña
tiene sueños de oro.
Los Djinns fúnebres,
hijos de la muerte,
en las tinieblas
apresuran su paso;
su enjambre ruge;
así, profunda,
murmura una ola
que no se ve.
Este ruido vago
que se duerme,
es la ola en la orilla;
es el lamento,
casi apagado,
de una santa
por un muerto.
Dudamos
de noche...
escucho: —
Todo huye,
todo pasa;
el espacio
borra
el ruido.
Especialmente gratificante resulta seguir al Coro de Radio Francia mientras canta el texto con la música de Fauré (intentadlo aunque no sepáis francés).
***
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