miércoles, 3 de enero de 2024

UN LIBRO, UN POEMA (J. Cortázar)

Editorial
 #unlibrounpoema



MASACCIO

                                                  Así la luz lo sigue mansa,
                                                  y él que halló su raíz y le dio el agua
                                                 urde con sus semillas el verano.

                                     
                                 I


Un oscuro secreto amor, una antigua noticia
por nadie confirmada, que sola continúa y pesa;
el vino hace su tiempo, la distancia se puebla
de construcciones memorables.


Por las calles va Masaccio con un trébol en la boca,
la vida gira, es esa manzana que le ofrece una mujer,
los niños y los carros resonantes. Es el sol sobre Firenze
pisando tejas y pretiles.


Edificio mental, ¿cómo crecer para alzarte a tu término?
Las cosas están ahí, pero lo que se quiere no está nunca,
es la palabra que falta, el perro que huye con la cadena,
y esa campana próxima no es la campana de tu iglesia.


Bosque de sombra, la luz te circundaba con su engaño
dulce, un fácil puente sobre el tiempo
Torvamente la echabas a la calle para volverte a las capillas
solo con tu certeza. Alguna vez
le abrirías las puertas verdaderas, y un incendio
de oro y plumajes correría sobre los ojos. Pero aún no era hora.


Así va, lleno de jugos ácidos, mirando en torno
la realidad que inesperada salta en los portales
y se llama gozne, paño, hierba, espera.
Está seguro en su inseguridad, desnudo
de silencio. Lo que sabe es poco pero pesa
como los higos secos en el bolso del pobre.

Sabe signos lejanos, olvidados mensajes que esperan

en paredes ya no favorecidas; su fe es una linterna
alzándose en las bóvedas para mostrar, humosa,
estigmas, una túnica, un abrazo maldito.


Vuelve y contempla y odia su amor que de rodillas bebe
en esa fuente abandonada. Otros
pasan sonriendo sus visiones
y alas celestes danzan un apoyo para la clara mano.
Masaccio está solo, en las capillas solas,
eligiendo las tramas del revés en el lodazal de un cielo de mendigo,
olvidado de saludar, con un pan
sobre el andamio, con un cuenco de agua,
y todo por hacer contra tanto sueño.


En lo adentro del día, en esa lumbre
que hace estallar lo más oscuro de las cosas, busca;
no es bastante aclarar; que la blancura
sostenga entre las manos un martirio
y sólo entonces, inefable, sea.



                                  II


                                                     La escondida
                                                     figura que ronda entre las naves
                                                     y mueve el agua de las pilas.


Entre oraciones ajenas y pálidos sermones
eso empezó a desgajarse. Él soportaba
inmóvil, oyendo croar los grajos en los campaniles,
irse el sol arrastrando los últimos oficios. Solo,
con el incienso pegado a la ropa, un gusto a pan
y ceniza. Traían luces.
Cuando salía andaban ya las guardias.


Pintar sin cielo un cielo, sin azul el azul.
Color, astuta flauta! Por la sombra
ir a ellos, confirmándolos. La sombra
que antecede al color y lo anonada. En las naves,
de noche, veía hundirse el artificio,
confundidos los cuerpos v los gestos en una misma podre
de aire; su quieto corazón soñó
un orden nocturno donde el ángel
sobreviviera.


Pintó el pago del tributo con las seguridad del que golpea;
estaba bien esa violencia contenida
que estallaría en algún pecho, vaina
lanzando lejos la semilla.
Un frío de pasión lo desnudaba; así nació
la imagen del que aguarda el bautismo con un gesto aterido,
aspersión de infinito contra la rueda de los días
reteniéndolo aún del lado de la tierra.


Un tiempo predatorio levantaba pendones y cadalsos;
sobrevenían voces, el eco
de incendios sonoros, poemas y desentierros.
Los mármoles tornaban más puros de su sueño,
y manuscritos con razones
y órdenes del mundo. En los mercados
se escuchaba volver las fábulas dormidas; el aceite
y el ajo eran Ulises. Masaccio iba contento a las tabernas,
su boca aliaba el ardor del pescado y la cebolla
con un eco de aromas abaciales, mordía
en la manzana fresca el grito de la condenación,
a la sombra de un árbol de vino que fue sangre.


De ese desgarramiento hizo un encuentro,
y Cristo pudo ser de nuevo Orfeo, un ebrio
pastor de altura. Ahora entrañaba fuerza
elemental; por eso su morir requería violencia,
verde agonía, peso de la cabeza que se aplasta crujiendo
sobre un torso de cruel sobrevivencia.
Pintó sus hombros con la profundidad del mar y no del cielo,
necesitado de un obstáculo, de un viento en contra
que los probara y definiera y acabara.


Después le cupo a él la muerte,
y la aceptó como al pan o la paga,
distraído, mirando otra cosa
que tampoco veía. El alba estaba cerca,
la vuelta de la luz legítima. ¡Cuántos oros y azules esperando!
Frente a los cubos donde templaría esa alborada
Masaccio oyó decir su nombre.

Se fue, y ya amanecía

Piero della Francesca.

                             De Salvo el crepúsculo.

Tumba del poeta. Cementerio de Montparnasse.

***


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