lunes, 6 de noviembre de 2023

PUSHKIN NARRADOR

Al comenzar a redactar esta entrada, la había titulado como "El otro Pushkin". Ese título tenía sentido para este espacio en el que doy mucha mayor atención al género poético y que nació para servir de apoyo a las tertulias irunesas. He decidido cambiarlo porque para la inmensa mayoría de la gente que lee no tendría sentido. En todo caso, el "otro" Pushkin, sería el que escribía poemas. En fin, sea como fuere, aquí estoy haciendo publicidad del Pushkin novelista, o si lo preferís, recomendando un par de novelas que tal vez sean los dos títulos más destacados de la obra de este genial escritor ruso: Eugenio Oneguin y La hija del capitán.

De la primera resulta sorprendente —tal vez no para la época (1831)— que sea una novela en verso y que algunas traducciones respetan. El término sorprendente no lo digo por lo del verso, sino por lo de novela. La época era proclive a los poemas extensos con cientos y miles de versos, pero Pushkin es consciente de que no está escribiendo un poema, sino una novela. Y, esto es importante, no la recomiendo por la forma de escritura que eligió para plasmar la vida del protagonista, sino porque es un magnífico reflejo de la sociedad de la época y, sobre todo, de eso que ha dado en llamarse la plasmación del hombre superfluo, ese ser inútil, innecesario, que pasa por la vida sin tener ningún propósito útil para nadie, tampoco para el mismo. Por cierto, la plasmación de este personaje tuvo más de una representación en la literatura: 1836, La confesión de un hijo del siglo (Musset); 1850, Diario de un hombre superfluo, y 1859, Nido de hidalgos (Turguénev). Eso, que yo conozca.

La hija del capitán
, ahora sí, escrita en prosa, es una magnífica incursión desde la literatura romántica en la narración de carácter realista y con apuntes históricos más que notables. Palabras de Gógol: En comparación con La hija del capitán, todos nuestros relatos y novelas no son más que una empalagosa mezcolanza. La pureza y naturalidad alcanzan en ella tan alto grado, que la propia realidad parece artificial y caricaturesca. Ahí es nada. 

Y ya puestos a recomendar, me atrevo a decir, para quien pueda leer en euskera, que la traducción de José Morales Belda es una traducción más rica y con mayor cantidad de matices que la que yo leí en castellano hace ya mucho tiempo y que es la que está recogida en el volumen 16 de la colección Las mejores novelas de la literatura universal, Cupsa, 1983.

En cualquier caso, lo importante no es el matiz de que a mí me guste más un traducción que otra. Supongo que traducciones buenas habrá muchas. Lo importante es que para conocer a un autor se lea su obra, ya sea en prosa o en verso, y lo ideal sería que pudiéramos hacerlo en el idioma en que escribió, pero afortunadamente las traducciones nos ponen siempre al alcance textos a los que no tendríamos acceso si no fuera por ellas.  

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