jueves, 6 de julio de 2023

ORDENAR EL UNIVERSO (sobre libros y bibliotecas)

Editorial
De cuantos libros sobre libros y lecturas conozco este de Manguel es posiblemente el que más me gusta, y eso es decir mucho, porque hay una larga lista de libros admirables sobre el mundo de los libros, entre los que se cuentan grandes títulos como los magníficos de Ordine, el entrañable de Vallejo o los varios del propio Manguel. A él suelo volver con cierta asiduidad desde que llegó a casa unos días antes de que terminara el milenio pasado.

En el capítulo 13, Ordenadores del universo, después de recordarnos con Menandro que quienes saben leer ven dos veces mejor, y de glosar los versos del latino Ausonio 

Has comprado libros y llenado estantes, oh, amante de las musas.

¿Significa eso que ya eres sabio?

Si compras hoy cuerdas para instrumentos, plectro y lira:

¿Crees que mañana será tuyo el reino de la música?

con esta lapidaria sentencia: la acumulación de saber no es saber. Después de eso, digo, nos cuenta el sistema que Calímaco eligió para poner orden en lo que entonces ya era una enorme y caótica biblioteca, la de Alejandría. En palabras de Manguel: Calímaco dividió la biblioteca en estanterías o tablas (pinakoi —¿os suena, verdad?—) distribuidas de acuerdo con ocho géneros o temas: drama, oratoria, poesía lírica, legislación, medicina, historia, filosofía y miscelánea. Separó las obras más voluminosas y las hizo copiar en varias secciones más breves llamadas "libros", para tener así rollos más pequeños que fuesen de fácil manejo. Inmediatamente después nos dice que fue el gran Calímaco quien ideó por primera vez el sistema de catalogación que posteriormente se ha convertido en universal, el sistema alfabético. ¡El universo dentro del alfabeto! Como suelen insistir los matemáticos, las fórmulas más simples suelen las más bellas y mejores.

Y ya dentro del sistema alfabético, Manguel nos pone esta deliciosa historia delante de los ojos: el visir persa Sahib ibn Abbad, quien en el siglo X poseía una enorme biblioteca con 117.000 volúmenes, para no perder el control de la misma ni separse de ella cuando debía trasladarse a otro lugar, disponía de, atención, ¡cuatrocientos camellos adiestrados para desplazarse en orden alfabético! 

Nada nos dice Manguel sobre si el visir era un sabio o no, si era un simple bibliófilo o un erudito, si la pasión por los libros era solo afán de posesión y deslumbramiento o se trataba de la inexcusable necesidad de un letraherido. En cualquier caso, es simplemente hermosa la imagen de una biblioteca desplazándose perfectamente ordenada por la superficie de un mundo al que quiere ofrecer orden, belleza y entendimiento.

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