sábado, 3 de abril de 2021

MÁS MONTAIGNE Y MENOS MIEDO

Editorial

De vez en cuando saco a mi querido Montaigne para que se airee un poco y nos ofrezca su vieja sabiduría de pensador tranquilo. Creo oportuno recordar ahora que nos hallamos metidos en plena celebración de la muerte el capítulo XX del libro primero, ese en el que comienza recordando las palabras de Cicerón sobre el tema y un par de hojas más adelante nos ofrece estos párrafos:

Que no nos sea extraña, tratémosla, frecuentémosla, que nada tengamos tan a menudo en la cabeza como la muerte. En todo instante imaginémosla con todas sus caras. Al tropezar el caballo, al caer una teja, al menor pinchazo del alfiler, rumiemos al pronto: ¿Y si fuese la misma muerte? Y entonces, endurezcámonos y esforcémonos. En las fiestas y en la alegrías tengamos siempre este estribillo del recuerdo de nuestra condición y no nos dejemos tanto llevar por el placer, que no nos venga a la memoria de cuántas formas este contento está expuesto a la muerte y con cuántas trampas lo amenaza. Así hacían los egipcios, quienes en mitad de sus festines y rodeados de las viandas mejores, ordenaban traer la seca anatomía de un cuerpo de hombre muerto para que sirviese de advertencia a los convidados:

Omnem crede diem tibi diluxisse supremum.
Grata supervienet, quae non sperabitur hora.
[Piensa que cada día te ha amanecido como el último.
Grata sobrevendrá la hora que no se espere:
                                          HORACIO, epist. 1,4,13-14].

No sabemos dónde 
nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquel que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida (p 127. Traducción de Almudena Montojo. La negrita es mía).

Cervantes virtual tiene en línea la traducción completa que realizó Constatino Román y Salamero.

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