jueves, 18 de junio de 2020

EL CORAZÓN CON QUE VIVO

Editorial
Combatimos por la libertad de todos, incluso la de nuestros adversarios... Los que provocaron la guerra ya han perdido mucho más de lo que pretendían defender... El porvenir de España lo conquista y lo trazará su propio pueblo... Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: paz, piedad, perdón.

La novela se cierra con estas frases del discurso que pronunció Azaña en 1938 desde el Ayuntamiento de Barcelona. Vivir en una España construida sobre la paz, la piedad y el perdón era el deseo del presidente de la República. Es el deseo de Peridis y es lo que quiere expresar la imagen que representa la pareja formada por Lucas, republicano hijo de republicano, y Esperanza, falangista hija de falangista. Las dos Españas que, a pesar de las diferencias ideológicas, son capaces de fundirse en un abrazo.

Para contarnos ese hermoso deseo, el autor recurre a una buena historia que comienza en un tren, con un encuentro casual, con unos gemelos y con cierta falta de inspiración. Luego regresa al pasado, se adentra en el norte de Palencia, estalla la guerra civil y dos familias de médicos se van a ver envueltas por la tragedia de unos hechos que las superan y desbordan en todos los sentidos. La guerra es el gran monstruo que destruye cuanto toca.

Los hechos con que se cuenta son suficientemente interesantes para armar una historia. Las situaciones a que se ven arrastrados los personajes tienen fuerza, interés y credibilidad. El medio en que transcurre la novela es absolutamente conocido por el autor. Y, sin embargo, la novela no acaba de funcionar porque hay una cierta rigidez en el contar y falta de naturalidad en los diálogos. Eso sin tener en cuenta que los pueblos donde transcurre la acción no existen, como tampoco existe el tren que hace la ruta Madrid-Santander, un AVE que tiene parada intermedia en ¡Paredes Rubias!

Me apena comprobar que lo que podía haber sido una gran novela, se queda varada en la expresión de unos excelentes deseos. 

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