Editorial |
Yo creo que lo mejor de esta bien escrita biografía no es la cantidad de respuestas que nos puede ofrecer sobre cuanto ignorábamos acerca de la vida del bardo. Lo mismo que del universo, hay muchas cosas que seguiremos ignorado sobre la vida de Shakespeare. Ni tampoco es la luz que pueda arrojar sobre la escritura de ciertas obras y los dilemas que se ciernen sobre ellas.
En mi opinión, lo mejor de esta amplísima biografía —más de 800 páginas— es la capacidad que tiene el biógrafo para sumergirnos en el ambiente de la época, para aproximarnos a la Stratford y el Londres del XVI, para ponernos delante de los ojos el trabajo de las compañías de teatro, para ofrecernos un retrato muy bien documentado, perfectamente verosímil, vívido y con todos los matices necesarios como para que al término de su lectura queramos adentrarnos en lo que de verdad importa, su obra.
Es cierto que Ackroyd peca en ocasiones de aceptar como hechos lo que no son nada más que especulaciones. Por ejemplo, cuando dice que un residente de Stratford, William Smith, era el padrino de Shakespeare no se basa en una evidencia, sino en el hecho de que compartan uno de los nombres de la época más comunes. Tampoco hay pruebas contundentes de que Shakespeare haya interpretado la mayoría de los papeles en sus propias obras. Pero todo eso poco importa, porque sí nos ofrece una biografía sólida, creíble y, sobre todo, nos empuja a leer a Shakespeare.
Peter Ackroyd transmite el entusiasmo que él mismo siente por el biografiado y eso se agradece. Y, además, lo hace con un estilo ameno, bien trabado y elegante, lo que no es decir poco. Absolutamente para todos los públicos.
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