Me gusta mucho la divulgación científica y, en este campo —y en mi opinión— Wagensberg era uno de los mejores. En este mismo blog hay alguna reseña sobre más de un título suyo. Pero, como intenté comunicar ayer, mi particular conexión con él no se debe solamente a la admiración que yo siento como lector suyo.
Mi particular historia con él comenzó en un parque. A primera hora de la mañana había adquirido un par de libros y como era verano me fui a buscar la compañía de árboles y pájaros para leer mientras esperaba a que llegara la persona con quien había quedado a mediodía. De los dos, elegí Las raíces triviales de lo fundamental para adentrarme en la lectura.
Llevaría poco más de una hora leyendo cuando descubrí el poema y el poemario. De repente, como un fogonazo, lo vi claro: cuál sería la secuencia, el orden interno e incluso la broma-homenaje hacia Heisenberg y su famoso principio que, como suele ocurrir habitualmente, ha pasado desapercibida y nadie ha preguntado todavía por qué el poemario carece de índice.
Luego vinieron los trabajos y los días, el pausado destilar de los versos, los atascos, la falta de ganas o la de motivación, el otro trabajo que se imponía y no dejaba espacio. La pelea con los poemas y la lectura de los amigos que le echaron más que un vistazo y sugirieron muy acertadamente algunos cambios. A ellos está dedicado el librito.
Sin embargo, el motor, la inspiración inicial, el impulso primero, se lo dio el maestro Wagensberg en aquella mañana no muy calurosa de julio, mientras una sombra de plátano me protegía en un parque de Vitoria. A él le robé el poema que podéis leer en la página 50 o escucharlo en la columna de la derecha de este blog. Es, por supuesto, este:
POEMA HALLADO EN UN LIBRO DE CIENCIAS
F = m a
Las raíces triviales de lo
fundamental
JORGE WAGENSBERG
El movimiento de una mariposa entre las flores,
el de una bola de billar
rodando hacia la victoria de una carambola,
el del cometa Halley
puntual en sus espaciadísimas visitas al sistema solar,
el que dibuja una parábola de agua
surgiendo de la boca de una manguera de riego,
el de una nube o un velero
empujados por el viento,
el movimiento señorial de un buitre
subiendo la térmica en hélice,
el movimiento revolucionado de un colibrí
mientras liba el néctar suspendido en el aire,
el caminar de un insecto
sobre la piel del agua,
el de las moléculas de un gas
encerrado en una botella,
el de una flecha
disparada por un arco,
JORGE WAGENSBERG
El movimiento de una mariposa entre las flores,
el de una bola de billar
rodando hacia la victoria de una carambola,
el del cometa Halley
puntual en sus espaciadísimas visitas al sistema solar,
el que dibuja una parábola de agua
surgiendo de la boca de una manguera de riego,
el de una nube o un velero
empujados por el viento,
el movimiento señorial de un buitre
subiendo la térmica en hélice,
el movimiento revolucionado de un colibrí
mientras liba el néctar suspendido en el aire,
el caminar de un insecto
sobre la piel del agua,
el de las moléculas de un gas
encerrado en una botella,
el de una flecha
disparada por un arco,
el movimiento turbulento de las
aguas
de un arroyo de montaña,
el de una jabalina
lanzada por el atleta en busca de su objetivo,
el de la Luna en torno a la Tierra,
el de la Tierra en torno al Sol,
el del Sol a través de la galaxia,
el de una boca trémula
acercándose por primera vez a otra boca
Todos estos movimientos
y otros muchos que podamos imaginar
comparten el mismo impulso.
de un arroyo de montaña,
el de una jabalina
lanzada por el atleta en busca de su objetivo,
el de la Luna en torno a la Tierra,
el de la Tierra en torno al Sol,
el del Sol a través de la galaxia,
el de una boca trémula
acercándose por primera vez a otra boca
Todos estos movimientos
y otros muchos que podamos imaginar
comparten el mismo impulso.
Gracias, maestro, por enseñarnos a disfrutar del mundo mientras lo descubrimos y, además, por ofrecernos ese especial estilo del que a veces nos apropiamos sin permiso.