Efectivamente, se trata de una defensa de la filosofía, pero no es un título para una persona sin lecturas previas. Muy al contrario, Badiou hace una defensa del quehacer filosófico desde su formación althusseriana y lacaniana, lo que implica una jerga especializada que no va a conseguir lectores no habituados.
Tampoco ayuda su concepción de la filosofía, que entiende como una forma específica de pensamiento articulado sobre cuatro procedimientos genéricos —arte, ciencia, política y amor—, siempre y cuando la filosofía no se suture a ellos, no dependa de ellos. Teniendo en cuenta, además, que de esos cuatro ámbitos lo que aparece como ciencia se reduce más bien a las matemáticas de Cantor y Cohen desde las que se pretende fundamentar la ontología (?), el texto no ayuda mucho a mirar con simpatía a los filósofos. Y del amor no hablo para no asustar más a posibles lectores. Eso sí, los poetas que aún andan rebuscando entre los restos de Heidegger fundamentos para su obra y sugerencias para enaltecer su autoestima, aquí tienen todo un filón.
Independientemente de que se compartan o no las ideas de Badiou, a mí lo que me preocupa es esa aparente pretensión de alejar a los lectores del interés por la materia, esa autosatisfacción que la soledad ofrece cuando nos encerramos en la torre de marfil de nuestro pequeño saber. Al fin y a la postre, el trabajo filosófico debería concentrarse en aportar claridad y comprensión sobre los problemas que a todos nos incumben, no en formulaciones esotéricas para iniciados. Por fortuna, no toda la filosofía contemporánea es así.
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PS: ¡Qué casualidad! Mientras empezaba a redactar estas líneas, una amiga me recomienda en un correo electrónico la lectura de ¿Qué hacer? —no el de Lenin—, libro que recoge un debate entre Badiou y Gauchet sobre la situación política actual. Lo leeré, Isabel.