Mediodía. Estoy en la autopista sumergido en un magnífico, soleado y fresco día de verano. Tráfico escaso y paisaje verde. En la radio suena una canción en inglés que nunca he oído y de la que sólo entiendo una frase. Una voz sugerente y cálida. Gracias a que no entiendo lo que el cantante dice, yo voy poniendo otra letra a la carretera, a la canción, al paisaje y a este mundo doliente con el que amanecemos cada día.
Somos
hermanos.
Algo
me dice que somos hermanos,
que tú
y yo somos hermanos
y que
no importa
si
tenemos manías distintas,
que no
importa
si nos
gustan colores diferentes,
que no
importa
si tú vas y yo vuelvo,
que no
importa
si tú
sabes y yo no,
que no
importa
si tú niegas y yo afirmo,
que no
importa
si tú
miras y yo duermo,
que no
importa
si
llevas turbante y yo cazadora,
que no
importa
si tú hablas y yo guardo silencio.
Algo
me dice que somos hermanos,
que tú
y yo somos hermanos
y que
cuando caiga la noche
velaremos
a turnos
porque
somos hermanos,
cuando
el agua no llegue
beberemos
a sorbos
porque
somos hermanos,
cuando
el sol esté en lo más alto
nos
daremos sombra mutuamente
porque
somos hermanos,
cuando
el pan sea escaso
comeremos
de a poco
porque
somos hermanos,
cuando
las palabras falten
estaremos
juntos
porque
somos hermanos.
Aunque
no sea cierto,
algo
me dice
que
somos hermanos.
Esto, o algo así, era lo que iba imaginando. Rectifico: estas palabras quieren trasladar el estado de ánimo en que me encontraba en ese momento. En realidad sólo he llegado a casa con la frase "algo me dice que somos hermanos". Concretarlo ha sido un poco más complicado.
Que tengáis un buen día, hermanos.