La gran ola. Hokusai. Imagen tomada de Wikipedia |
Posteriormente sufrí una pequeña decepción al enterarme de su pequeño tamaño —poco más de un palmo de largo— y de que era un grabado, por lo que había numerosas reproducciones —el prurito de lo único y original— en todo el mundo.
Al margen de los afectos y tensiones que nada tienen que ver con la obra en sí, lo primero que me atrae de esta imagen es el color y la forma. No puedo quitar los ojos de esa inmensa y redonda ola azulada a punto de caer. El color me seduce y, una vez seducido, me dejo deslizar por su magnética curva hacia el nacimiento de la siguiente.
Sin embargo, lo que más me impresiona es que estando ante un mar embravecido, donde tres barcazas están seriamente amenazadas, yo no percibo desasosiego, incertidumbre o peligro, sino una gran belleza que parece garantizar que en esa escena no va a ocurrir nada malo a los marinos que la protagonizan.
Cosas del arte o de mi sensibilidad atrofiada.
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