El País de Jauja. Brueghel |
Resulta al menos curiosa esa insistencia —de todas las culturas y de todas las épocas— en idear lugares mágicos donde se puede vivir satisfaciendo necesidades, generalmente materiales, sin ningún esfuerzo. La literatura, tanto popular como culta, tiene una larga tradición y una poderosa inventiva. De ella quiero entresacar dos ejemplos que me han llamado la atención.
El primero tiene que ver con mi ignorancia. Desconocía que el País de Jauja y el de la Cucaña fueran lo mismo. Parece que el texto más antiguo que ha llegado hasta hoy es Il Fabliaus de Coquaigne, siglo XIII, donde se nos dice: El país se llama Cucaña, donde más se duerme más se gana (versos 25 y 26). En el British Museum conservan alguna ilustración italiana del XIX relativas a este no-lugar.
El segundo ejemplo es del Decamerón, ese divertido clásico italiano del siglo XIV. Lo he estado revisitando estos días y me he encontrado con que, sin saberlo, resulta que vivo en el País de Jauja, y yo sin darme cuenta. En la octava jornada, tercera novela, se dice lo siguiente: Maso respondió que la mayoría (habla de unas piedras mágicas) se encontraban en Berlinzón, tierra de los vascos, en un país que se llama Jauja, en donde se atan los perros con longaniza. [En otras versiones, en lugar de Jauja, utilizan Bengodi].
No os quiero dar envidia, pero así es la cosa. No andéis buscando más porque el País de Jauja está aquí. Lo dice Boccaccio, todo un clásico.