Yo estaba en mi último curso de Magisterio cuando murió Franco, lo que quiere decir que fui "educado" en el sistema de la dictadura. A pesar de eso, tengo en gran estima a buena parte del profesorado que me tocó. No lo recuerdo como autoritario ni tampoco con pretensiones doctrinales. Los hubo, es cierto, pero fueron muy, muy pocos. Sin embargo, a lo largo de mi trabajo en la enseñanza, ya durante la democracia, he conocido muchos más compañeros de trabajo un tanto doctrinarios y autoritarios, más que a los que a mí me tocaron como alumno.
Que el pasado régimen quisiera hacer suya la figura del Cid como portadora de valores patrios (¿?), no atañe ni a la figura histórica ni a la literaria de ese personaje. En cualquier caso, yo no recuerdo a ningún compañero de género masculino que tuviera a Rodrigo Díaz de Vivar como modelo ni de "lo español" ni de "lo masculino". En los libros de historia que estudiábamos durante el bachillerato no aparecía ni su nombre, y la Historia Medieval universitaria tampoco se ocupaba de sus hazañas, exceptuando alguna mención pasajera.
Otra cosa eran los estudios literarios. En 6º de Bachiller existía la asignatura de Historia de la Literatura Universal. En ella había un tema dedicado a cada una de las literaturas europeas occidentales (Francia, Italia, Alemania, Inglaterra y España —Portugal era mencionado dentro del apartado Cancioneros galaico-portugueses—). El Cantar de Mio Cid se englobaba dentro de las características de los cantares de gesta. Allí se mencionaba su realismo, sus elementos retóricos, su organización, las muy expresivas descripciones, su estilo y, lógicamente, se resaltaba su valor como el primer y principal cantar de gesta escrito en español (aprox. 1140). Leer, no leímos ni un verso. Eso estaba reservado para estudios posteriores.
De "ese" personaje también se ocuparon creadores de gran relieve en la cultura occidental como Corneille o Massenet, e incluso la poderosa industria cinematográfica de otro tiempo le dedicó una superproducción en 1961; no hace mucho Amazon Prime sacaba una serie sobre el personaje, y entre una y otra se han producido otras películas de animación dirigidas a la infancia. Desde luego, si a la población española le gusta o no le gusta el Cid, no se debe ni a los estudios académicos sobre el personaje histórico, que no ha leído, ni al poema medieval, que tampoco ha leído, excepto algún que otro fragmento. La imagen que pueda tener de él se debe exclusivamente a lo que la industria audiovisual ha elaborado.
Todo esto viene a cuento porque mientras pasaba por la plaza donde se encuentra la estatua oí a alguien que decía esa es otra que habría que tirar. Quien hablaba tendría poco más de veinte años y supongo que la conversación que mantenía con su amigo, eran solamente dos jóvenes, vendría referida por los acontecimiento de hace tres años, cuando en EEUU el movimiento antirracista comenzó a derribar algunas estatuas.
Los gustos cambian con el tiempo y lo que ayer nos parecía digno de admiración hoy lo consideramos aborrecible. Conozco relativamente bien los vaivenes literarios y resulta fácil señalar unos cuantos autores que hoy figuran en cualquier manual de literatura que hace cien años no figuraban en la nómina, y al contrario, algunos nombres que podíamos encontrar en un manual antiguo, hoy ya no existen. Si eso ocurre en un medio tan inocuo como la expresión artística, en el ámbito de lo social las idas y venidas son muchísimo más violentas y las discusiones infinitamente más acaloradas.
No sé si quien hablaba era o no burgalés. Ignoro si sabe algo sobre el Cid o si es un jovencísimo escultor despechado porque no han elegido su obra para colocarla en algún punto de la ciudad. Lo único que sé es que derribar estatuas no altera en absoluto lo ocurrido en el pasado, que sería conveniente estudiar para saber de qué sociedad venimos y hacia dónde queremos dirigirnos, pero esto ya entra en el resbaladizo terreno de las ideologías. Y soy de la opinión que levantar o derribar un monumento en recuerdo de alguien debería ser un acto acordado colectivamente por la comunidad, no una decisión tomada por un pequeño grupo de personas en un momento de iluminación bienpensante o de exaltación transformadora.
Por cierto, durante la II República (no durante la dictadura), en 1933, el entonces Patronato Nacional de Turismo colocó una placa en la Iglesia de Santa Gadea en recuerdo del famoso (pero de leyenda, no real) juramento al que Alfonso VI se vio obligado por parte del Cid para "demostrar" que nada había tenido que ver en el asesinato de su hermano.