Carmen Pallarés puede que ejerza más como artista plástica que como poeta, o tal vez, como periodista cultural. Sea como fuere, no es este el único título de poesía que ha publicado, aunque sí es el único que yo he leído.
En este poemario que ha prescindido de la puntuación, la indeterminación es el paisaje por el que caminamos. Y no solo por el contenido del mismo, la conmoción ante la agonía, sino porque en él se quiere explorar lo que se encuentra en el origen de todo, en el principio. Y ya sabemos que ese es territorio inseguro, movedizo y mudable.
Abba, por si alguien lo ignora, es voz aramea que significa padre. Esa referencia se encuentra en el primer poema, cuando se nos presenta una de las muertes más conocidas de la civilización occidental, la del Cristo agonizando en la cruz, metáfora de otras muchas aflicciones y congojas. A partir de ahí se inicia la búsqueda de certeza. El lamento será la forma más común.
XIX
Con las manos que tocan
el húmedo esqueleto del día
trazan círculos cavan
la medida del grito
la locura la huída
y la búsqueda desesperada
hasta dar con que todo sentido está sellado.
XXI
Hasta dar con que todo sentido está sellado
que nuestra boca contra el sello
siente el brío del muerto siente el neuma
del ocre rojo de la vida y siente
la hora de nuestra sombra en el amanecer
siente la perfección del secreto
siente la intimidad del abismo
y siente que tal vez
somos el muerto que debe vivir.