No sé cuántas visitas recibirá al año la Cartuja de Miraflores. Seguramente no aparecerá entre los 100 monumentos más visitados del país. Tampoco sé si existe esa lista. Pero no será por falta de méritos artísticos. La Cartuja es una deliciosa joya que atesora muchas y muy grandes virtudes. En su página web —la tenéis enlazada en la primera línea— podéis descubrir casi todos ellos. Otra página que está muy bien es la de Guías Turísticos de Burgos. Cualquiera de ellas os valdrá para comprobar lo que digo. Yo, aquí, solo quiero comentar brevemente ese prodigioso retablo que luce en su iglesia, obra de Gil de Siloé.
Y es que poco o nada tiene que ver la organización espacial de este retablo con la disposición en pisos y calles de los retablos que se hacían en aquella época y se seguirían realizando por mucho tiempo. Como bien señalan comentarios y guías de todo tipo, su disposición recuerda más a un gigantesco tapiz que a un retablo al uso; una distribución originalísima que a mí más me recuerda a un estandarte que a un tapiz.
Y algo que no se aprecia en la fotografía, pero sí estando allí, es el magnífico juego del color que se consigue con la alternancia del dorado, el azul y los variados colores de ropajes y cuerpos de la multitud de personajes que en él se recogen.
No todas las tallas, es cierto, tienen la misma calidad. Hay, como es lógico en una obra tan descomunal, mucho trabajo de taller. Pero la que no deslumbra por su hechura, atrae por su naturalidad.
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