Editorial |
A mí, lo que más me gusta de ella son todos esos pasajes y reflexiones sobre comportamientos cotidianos y defensa de la racionalidad, la justicia y la ayuda mutua. Os dejo un breve pasaje y algunas frases cogidas de acá y de allá:
Héctor, el hijo, de niño, se deja arrastrar por algunos compañeros de colegio para tirar piedras a la casa de un vecino. Llega el padre del trabajo y ve la escena:
Se bajó del carro iracundo, me cogió del brazo con una violencia desconocida para mí y me llevó hasta la puerta de los Manevich.
—¡Eso no se hace! ¡Nunca! Ahora vamos a llamar al señor Manevich y le vas a pedir perdón.
Timbró, abrió una muchacha mayor, lindísima, altiva, y al fin vino el señor César Manevich, hosco, distante.
—Mi hijo le va a pedir perdón y yo le aseguro que esto nunca se va a repetir aquí —dijo mi papá.
(...)
Esa fue la única vez que me quedó una marca en el cuerpo, un rasguño en el brazo, por un castigo de mi papá, y es una señal que me merezco y que todavía me avergüenza, por todo lo que supe después sobre los judíos gracias a él, y también porque mi acto idiota y brutal no lo había cometido por decisión mía ni por pensar nada bueno o malo sobre los judíos, sino por puro espíritu gregario, y quizá sea por eso que desde que crecí les rehúyo a los grupos, a los partidos, a las asociaciones y a las manifestaciones de masas, a todas las gavillas que pueden llevarme a pensar no como individuo sino como masa.
***
Nuestra felicidad está siempre en un equilibrio peligroso, inestable, a punto de resbalar por un precipicio de desolación.Hay episodios de nuestra vida privada que son determinantes para las decisiones que tomamos en nuestra vida pública.
Si me mataran por lo que hago, ¿No sería una muerte hermosa?
No es la muerte la que se lleva a los que amamos. Al contrario, los guarda y los fija en su juventud adorable. No es la muerte la que disuelve el amor, es la vida la que disuelve el amor.
Para sufrir, la vida es más que suficiente, y yo no le voy a ayudar.
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