sábado, 21 de mayo de 2022

SELVA DE IRATI Y CUEVA DE HARPEA

Una vez más, gracias, Irene.

 Lo típicamente tópico es acudir a la selva de Irati en otoño. La belleza de este bosque en otoño es extraordinaria, es verdad, pero no es menos grata en primavera. Y si estamos en un día de temperatura muy alta —tal y como están siendo las temperaturas de esta semana— adentrarse en el segundo hayedo más extenso de Europa puede resultar un baño de frescor que no tiene precio, además de un placer estético intenso.


  Hablar de Irati, sus rutas y rincones es tarea inagotable. Lo mejor es dejarse llevar por los pies y adentrarse en este regalo de la naturaleza que se extiende por más de 17.000 hectáreas de terreno. Pero si sois de esas personas que gustan de ir a los lugares desconocidos con la máxima organización y todo bajo control, la página web selvadeirati.es os ofrece una descripción detallada de 19 rutas con todos los detalles.

Fuera de él, por muy poco, pero fuera de sus límites, se encuentra la cueva de Harpea (también la encontraréis escrita sin hache). No es un lugar de fácil acceso, pero el entorno, la mitología y la geología hacen de este rincón de los Pirineos un sitio fascinante. 

Para quienes no sepan euskera, harpea significa bajo las piedras, y es la mejor descripción del lugar. Muchos miles de toneladas de piedras colocadas en capas sucesivas en forma tienda de campaña, o de v invertida, forman ese pequeño refugio natural.

Y también está el encanto de saber que las creencias ancestrales dijeron de él que era uno de los lugares donde vivían las lamias, esos seres mitológicos femeninos que en el mundo vasco tenían pies de pato, vivían en torno a ríos —a los pies de la cueva circula un refrescante arroyo—, peinaban sus hermosas cabelleras con peines de oro y eran siempre muy bellas, lo que llevaba al colectivo masculino de la humanidad a enamorarse perdidamente de ellas. 


Tenemos también el encanto de la geología. Es fascinante recordar que todas esas láminas fueron hace cientos de miles de millones de años sucesivos depósitos de sedimentos en el fondo del mar. Más tarde, hace otras cuantas decenas de millones de años, el choque de dos placas, la Ibérica y la Euroasiático, hizo que todo eso se plegara y saliera de las profundidades marinas para convertirse en cadena montañosa. El lugar nos ofrece a cielo abierto la disposición de varios estratos. Si bien como cueva no resulta sorprendente, como anticlinal es de una rara perfección.

Pero a mí lo que me dejó absolutamente encantado fue el primoroso verde que cubre todas las laderas. Sin duda, la hora del día y que estuviera despejado influyeron sobremanera en el color. En esas condiciones la visión que se tiene del Errozate y del tapiz verde primigenio es indescriptible. Pura belleza en estado naciente. Ese espectáculo aparece una vez que hemos sobrepasado el Col de Orgambide y comenzamos a descender por la carreterucha infernal en la que no cabe otro vehículo.   


[Si vais con niños, el tramo final, el que se hace andando, esos 250 o 300 metros que van desde el paso de la cerca hasta la cueva, conviene que vayan de la mano; y si alguien tiene vértigo, mejor que se lo ahorre, la pendiente por la que discurre el sendero es muy inclinada y puede impresionar].

La naturaleza siempre sorprende. En todos los sentidos. Dos escenas captadas a no más de cinco metros la una de la otra en el sendero que lleva hasta la cueva.



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