jueves, 16 de septiembre de 2021

KARMELO C. IRIBARREN, EL ESCENARIO

Editorial
EL ÚLTIMO VERSO DE ANTONIO MACHADO


No parece gran cosa,

no deslumbra,

                     apenas

unas pocas palabras gastadas por el uso:


Estos días azules y este sol de la infancia.


Pero todo cabe en ellas,

no se terminan nunca.


                                  Quizás por eso

yo las evoco ahora frente al mar.


Este es el poema que cierra El escenario. Un breve poema marca de la casa: fraseo corto, quebrado, saltos semánticos, silencios, final inesperado y redondo. 

No recuerdo en qué red social Iribarren anunciaba la pronta salida de su último poemario con estas palabras: Más de lo mismo. Sí y no. Es cierto que permanece el estilo propio tan característico del poeta donostiarra, que ya va creando escuela. Es cierto que continúa la mirada distanciada y descreída. También está presente en esta última entrega el suave pesimismo barojiano, los paraguas rotos como símbolo de lealtad, la ciudad, el paseante que comprueba el paso de las estaciones, la defensa incondicional de su forma de hacer poesía y otros muchos elementos que nos vienen acompañando desde su primer título. Pero van apareciendo así mismo, otros rasgos, acaso unidos a la edad.

El verso se ha alargado un poco. No es que sea un elemento diferencial, pero ya no está tan presente ese poema cuyos versos son tan solo una palabra. Ha desaparecido el tono más callejero, más crudo. Tenía la cara/grasienta/y el dedo/en el gatillo,/me apuntaba/a la polla/y se reía (El torturador, Serie B). Y, especialmente, han ido adquiriendo mayor presencia el tono elegíaco, reflexivo; la absoluta personalización de la naturaleza en sus distintas manifestaciones; los poemas de amor, a pesar de que se queje en el poema que lleva por título esas palabras; los mínimos acontecimientos cotidianos, e, incluso, la familia.

LA ALEGRÍA


No sabemos 

de dónde viene

                       ni por qué

lo hace en ese momento

y no en otro.


                   Se alimenta del sol

y de las miradas limpias.


Vive en el lado opuesto de la sombra.


Es una ola repentina

llena de luz

que lo inunda todo

y nos arrastra y nos deja en la orilla

como después de un buen día

de verano.


                Neruda

le dedicó una oda.


                            A mí

donde más me gusta verla

es en los ojos de mi hija.


Otro título más que agradecerle.

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