Ricardo III contiene dos de las frases más populares de Shakespeare. Con una de ellas da comienzo la obra, con la otra lo termina. La primera de ellas tiene un aire más culto, se utiliza mucho más en medios intelectuales, entre gente que escribe y ha servido para generar otros títulos —dos ejemplos ilustres: Steinbeck y Reverdy— e incluso crónicas periodísticas siempre que se alude a los malos tiempos pasados. Nada me extrañaría, por ejemplo, que cuando hayamos superado esta pandemia alguien comenzara una crónica con ella. Me estoy refiriendo a el invierno de nuestro descontento o el invierno de nuestra desventura, según traducciones. Así se abre la obra, con el primer parlamento del ambicioso duque de Gloucester, luego Ricardo III:
Ahora el invierno de nuestro descontento se vuelve verano con este sol de York; y todas las nubes que se encapotaban sobre nuestra casa están sepultadas en el hondo seno del océano. Ahora nuestras frentes están ceñidas por guirnaldas victoriosas; nuestras melladas armas, colgadas e trofeos; nuestras amenazadoras llamadas al arma se han cambiado en alegres reuniones, nuestras temibles músicas de marcha, en danzas deliciosas.
Cuando está a punto de acabar el último acto y Ricardo III ha sido derrotado, grita eso que seguramente todos hemos dicho alguna vez en un tono de broma, porque la situación no tiene ningún riesgo real, pero queremos darle una importancia de la que carece:
Ricardo: ¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
Catesby: Retiraos, señor: os ayudaré a encontrar un caballo.
Ricardo: ¡Villano, he echado la vida a una tirada de dados, y afrontaré el azar de la suerte!
Creo que hay seis Richmond en el campo: he matado a cinco en vez de él. ¡Un
caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!
Y no voy a hablar de esa otra que he colocado en negrita, que también tiene lo suyo. Así es Shakespeare.
Con Ricardo III nos encontramos ante una de las reflexiones sobre la ambición de poder y la maldad más potentes de la literatura. La perversidad de este personaje es similar a la de Yago en Otelo. La diferencia entre uno y otro radica en que Yago carecía de poder político y este, en cambio, tiene poder y quiere llegar a tenerlo de forma absoluta. Hará cualquier cosa y traicionará a cualquier persona, ya sea amante, familiar o amigo, con tal de sentarse en lo más alto de la escala política. Curiosamente, esos dos papeles fueron interpretados por el mismo gran actor en el teatro español, José María Prada, y a quien tenemos la suerte de ver en este Teatro de siempre de 1967.
Por si alguien tiende a identificar la obra con un libro de historia no viene mal recordar que aquí estamos ante una propuesta dramática para llevar a cabo una reflexión sobre la ambición humana, el poder y la maldad. El Ricardo III que nos presenta Shakespeare poco tuvo que ver con el histórico. La verdad del arte no necesita de los hechos verdaderamente acontecidos, pero puede ser tan intensa y verdadera como ella.
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