martes, 26 de mayo de 2020

LA TEMPESTAD (EL UNIVERSO SHAKESPEARE, 30)


La tempestad comparte con Coriolano la rara cualidad de atraer versiones y lecturas tan diversas como disparatadas. A poco que busquéis representaciones o interpretaciones de ella, enseguida os encontraréis con alguna circunscrita al ámbito marxista, multiculturalista, feminista o neohistoricista. No sé si podemos considerarlo como una virtud del autor o como un defecto de quien la interpreta. 

La historia que nos cuenta esta obra es la de una venganza que pudo terminar en tragedia, pero que por influjo del amor y de la naturaleza acabará convirtiéndose en una reconciliación. Así la pieza pasa a ser una comedia romántica de aire sereno, aparentemente sencilla, pero con una gran carga humanista. De hecho, podemos encontrarnos con algún texto sacado de Montaigne.

C’est une nation, dirai-je à Platon, en laquelle il n’y a aucune espèce de trafic; nulle connaissance de lettres; nulle science de nombres; nul nom de magistrat, ny de supériorité politique; nul usage de service, de richesse, ou de pauvreté; nuls contrats; nulles successions; nuls partages; nulles occupations, qu’oysives; nul respect de parenté, que commun; nuls vêtements; nulle agriculture; nul métal; nul usage de vin ou de bled. Les paroles mêmes qui signifient le mensonge, la trahison, la dissimulation, l’avarice, l’envie, la détraction, le pardon, inouïes (Montaigne, Les Essais).

Gonzalo en el segundo acto lo dice así: En mi república dispondría todas las cosas al revés de cómo se estilan. Porque no admitiría comercio alguno, ni nombre de magistratura; no se conocerían las letras; nada de ricos, pobres y uso de servidumbre; nada de contratos, sucesiones, límites, áreas de tierra, cultivo, viñedos, no habría metal, trigo, vino ni aceite; no más ocupaciones; todos, absolutamente todos los hombres estarían ociosos; y las mujeres también, que serían castas y puras; nada de soberanía.

La obra es ligera y sencilla. El estilo es el propio de la comedia. Todo es sobrio, elegante, un punto soñador, aunque nunca se sale de los parámetros de la razón. La isla en la que vivían Próspero y su hija Miranda posee el velo de la irrealidad que no deja de ser real, como el amor mismo entre Marina y Fernando, que todos acabamos reconociendo como la mayor virtud de la expresión juvenil, esa que es capaz de limar todas las dificultades que la áspera realidad va creando.

Próspero cierra la representación con el famoso epílogo dirigido al público:

Ahora quedan rotos mis hechizos 
y me veo reducido a mis propias fuerzas, 
que son muy débiles. Ahora, en verdad, 
podríais confinarme aquí 
o remitir a Nápoles. No me dejéis, 
ya que he recobrado mi ducado 
y perdonado al traidor, 
en esta desierta isla por vuestro sortilegio, 
sino libradme de mis prisiones 
con el auxilio de vuestra manos. 
Que vuestro aliento gentil hinche mis velas, 
o sucumbirá mi propósito, 
que era agradaros. Ahora carezco 
de espíritus que me ayuden, de arte para encantar, 
y mi fin será la desesperación, 
a no ser que la plegaria me favorezca, 
la plegaria que conmueve, que seduce 
a la misma piedad, que absuelve toda falta. 
Así, vuestros pecados obtendrán el perdón, 
y con vuestra indulgencia vendrá mi absolución.

Es la lección última del maestro, la aceptación de la humildad como forma de establecer las relaciones y crear lazos sociales consistentes.

Podéis encontrar la obra en El Libro Total. 

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