sábado, 15 de diciembre de 2018

PENÉLOPE Y LAS DOCE CRIADAS

Seguramente no sea este uno de los títulos más logrados de Margaret Atwood, pero sí es uno de los más ligeros y divertidos.

"Ahora que estoy muerta lo sé todo", esperaba poder decir; pero, como tantos otros de mis deseos, éste no se hizo realidad. Solo sé unas cuantas patrañas que antes no sabía. Huelga decir que la muerte es un precio demasiado alto para la satisfacción de la curiosidad.

Sí, es Penélope, la esposa de Odiseo, la que tejía durante el día y durante la noche deshacía el trabajo realizado para no tener que contestar a la multitud de pretendientes que querían ocupar el puesto de su marido. Y sí, claro, está muerta —murió hace tres mil o cuatro mil años— y se dirige a nosotros desde el Hades, donde se encuentran todos los muertos.

Atwood, después de leer la Odisea, se pregunta por qué razón se cargó el protagonista a las doce criadas en la escabechina final y cuáles podrían haber sido las verdaderas intenciones de Penélope para actuar como actuó durante el relato homérico. La narración es el intento de dar respuesta a ese par de cuestiones.

Valiéndose de buenas dosis de humor, mucha imaginación y de la obra de Graves, Los mitos griegos, construye una historia en la que vamos a poder ver a una Penélope quejándose de su adolescente hijo Telémaco y ajustando cuentas con su prima, la bellísima Helena, la del follón de Troya, culpable de que Odiseo tuviera que abandonar a su familia. Bueno, eso y mucho más, porque la situación es propicia para que dé un buen repaso a la situación de la mujer, aprisionada entre relaciones familiares, sociales y políticas insostenibles.

No tengo nada que objetar al tratamiento de la protagonista; sin embargo, me parece cuestionable el punto de vista que utiliza para explicarnos el motivo por el cual son ajusticiadas las criadas, aunque toda la representación en plan coro de teatro antiguo y el juicio final grabado por las criadas en vídeo resulten de lo más divertido. 

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