sábado, 8 de diciembre de 2018

EUGENIO MONTALE, DOS POEMAS


Editorial

El tema central de mi poesía es la condición humana considerada en sí misma, no un determinado acontecimiento histórico. Eso no significa sentirse ajeno a lo que ocurre en el mundo; significa solo conciencia y voluntad de no confundir lo esencial con lo transitorio... habiendo sentido desde mi nacimiento una total falta de armonía con la realidad que me rodeaba, la materia de mi inspiración no podía ser otra que esa falta de armonía.

Así respondía Eugenio Montale, uno de los tres o cuatro auténticamente grandes de la poesía italiana del XX, en una entrevista allá por 1951. Tal vez porque hoy me siento un poco montale es por lo que he acudido a su poesía. Los estados de ánimo,ya sabéis, son en muchas ocasiones un tanto caprichosos. Yo preferiría sentirme tipo mozart o kandinsky o fidias o incluso safo; pero no me sale, estoy en modo montale. Así que he ido a por el tocho de su Poesía completa.

Del primer poemario, Huesos se sepia, os dejo el celebérrimo poema "Los limones"; de Diario del 71 y el 72, el poema que lleva por título "Para acabar".


LOS LIMONES

Óyeme, los poetas laureados
solo se mueven entre plantas
de nombres inusuales: boj, ligustro o acanto.
Yo prefiero los caminos que conducen
a herbosas zanjas donde en charcas medio secas
capturan los muchachos
una pequeña anguila:
los senderos que bordean las hondonadas
descienden entre las matas de las cañas
y llevan a las huertas, entre los limoneros.


Mejor si la algazara de las aves
muere engullida por el cielo:
más claro se oye el susurrar
de las ramas amigas en el aire
casi inmóvil, y el fondo de este olor
que no sabe desprenderse de la tierra
e inunda el pecho de dulzura inquieta.
Aquí de las desviadas pasiones
la guerra calla por milagro,
aquí también nos toca a los pobres
nuestra parte de riqueza,
y es el olor de los limones.


Mira, en estos silencios en que las cosas
se abandonan y parecen
cercanas a mostrarnos su último secreto,
hay veces que uno cree que está por descubrir
una omisión de la Naturaleza,
el punto muerto del mundo, el eslabón faltante,
el hilo que, desenrollado, nos entregue
al fin una verdad. Los ojos escudriñan,
la mente indaga, asocia, descompone
en medio de una avalancha de perfume
que avanza mientras languidece el día.
Son los silencios donde puede verse
en cada sombra humana que se aleja
alguna perturbada Divinidad.


Mas la ilusión no dura: el tiempo nos devuelve
a la ciudad ruidosa donde el azul se muestra
por retazos, arriba, entre cornisas y molduras.
La lluvia, luego, cansa la tierra;
se espesa arriba de las casas el tedio del invierno,
la luz se vuelve avara, amarga el alma.
Hasta que un día, de algún portón dejado
sin cerrar, entre los árboles de un patio,
vemos el amarillo de los limones
y el oprimente hielo se deshace
y a nuestros corazones bajan
las notas fragorosas
de los clarines de oro del esplendor solar.





PARA ACABAR


Recomiendo a mis sucesores
(si los hubiere) en materia literaria,
lo que es poco probable, que enciendan
una bonita hoguera con todo lo que tiene
que ver conmigo, lo que hice, lo que no hice.
No soy un Leopardi; dejo poco por quemar
y ya es mucho vivir en porcentaje.
Viví al cinco por ciento, no aumentéis
la dosis. Muy a menudo, en cambio, llueve
sobre mojado.

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