Cazadores en la nieve. Pieter Brueghel el Viejo. Kunsthistorisches Museum |
De este Cazadores en la nieve me llaman especialmente la atención el mesón, las iglesias y los patinadores. Ya sé que es una selección muy caprichosa, pero cada cual tiene sus gustos y si lo que deseáis es un comentario formal, siento deciros que os habéis equivocado de espacio.
El mesón es el edificio de la izquierda, donde se encuentran cinco personas en torno a un fuego. El cartel que lo anuncia está descolgado del lado externo. ¿Decadencia o mala reputación? De hecho, los mesones de aquella época no tenían buena reputación, y en muchas ocasiones ejercían de burdeles. ¿Es casual que a su lado se encuentre el molino, otro edificio de fama dudosa?
En aparente contraste, al fondo, cada pocas casas podemos encontrar una torre de una iglesia sobresaliendo entre ellas. Claro que las iglesias no tenían entonces una finalidad exclusivamente religiosa, pues eran los lugares que servían para reunirse y debatir los asuntos importantes de la comunidad. Tampoco tenían esas bancadas que hoy conocemos. Quien deseara sentarse debía llevar su propia silla.
¿Y qué me decís del encanto del agua helada llena de grandes y de chicos? Esta, diría yo, es la escena que refleja más concretamente lo que ocurría en esa época del año, junto, claro, con los cazadores que vuelven cabizbajos con una sola pieza. Sin embargo, abajo, la población sale a la calle y se divierte con lo que tiene a mano: unos patines y una laguna helada.
Unos corren en fila, otros juegan a los bolos, o practican el hockey, o se persiguen, o bailan peonzas, o se duelen caídos en el suelo. Es la más pura cotidianidad reflejada a través de un momento de cualquier día de ¿diciembre?, cuando ya cae la tarde y queda poco para recogerse en casa.
La obra se enmarca dentro del ciclo dedicado a las Estaciones, de la que se conservan otros cuatro trabajos más: Día triste, Cosecha de heno, La cosecha y El regreso de la manada. Probablemente fueran doce y cada uno de ellos estuviera dedicado a un mes, siguiendo la tradición de los libros de horas. Sea como fuere, es de agradecer ese aire de mundo real en el que Brueghel nos adentra.
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