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sábado, 24 de enero de 2015

LO QUE EL CIELO NOS CUENTA

Sie sprechen eine Sprache,
Die ist so reich, so schön;
Doch keiner der Philologen
Kann diese Sprache verstehn
H. Heine. Buch der Lieder, 1827.

Dámaso Alonso —cito de memoria— tradujo así los versos del poeta alemán:¡Hablan un lenguaje tan rico y tan hermoso!, pero ningún filólogo puede entenderlo. Heine hablaba del lenguaje de las estrellas, de lo que el cielo nos transmite, de lo que la noche, en su profunda oscuridad y belleza, nos transmite. Pero ¿qué es lo que la cúpula celeste nos dice?, ¿a qué se refería Heine cuando escribe que ningún filólogo es capaz de entenderlo?, ¿cuál es el mensaje de las estrellas? Para contestar estas preguntas es necesario tener en cuenta algunas lenguas diferentes a la que hablamos; lenguas que, cuando ejercemos de filólogos, no somos capaces de entender, seguramente, porque las gramáticas al uso nos lo impiden.

En un principio, las sociedades antiguas unieron en una misma esfera el cielo y la religión, es decir, las creencias. El cielo era lo desconocido, lo incomprensible, lo inabarcable. Era, por tanto, la residencia de los dioses, el espacio inescrutable donde habitaban los dioses. Del cielo nos venían tanto los premios como los castigos, lo que debíamos aprender y lo que teníamos que olvidar. Los seres que dominaban el cielo determinaban nuestro destino. Y de ahí surgen las más antiguas narraciones, y es ahí donde se hallan escritas. Asimismo, podemos encontrar en el cielo la primera interpretación de las relaciones que se forjaron entre nosotros, humildes habitantes de la tierra, y los orgullos seres celestiales. Para descubrir ese mundo casi perdido, sólo necesitamos conocer los nombres de las estrellas y de las constelaciones, y un buen libro de mitología. Esa es la primera y más antigua de las lenguas que podemos hallar en los puntos luminosos de la noche. Ésta es una lengua de símbolos y de correspondencias. La más hablada y la más representada durante la historia de la humanidad. Hoy casi perdida.

Nut, diosa del cielo y creadora del universo

Junto con la religión, es decir, junto a los relatos mitológicos, las estrellas nos muestran otra lengua bien distinta. Es una lengua que nos habla del lugar que ocupamos, es un idioma de localización y de saber dónde nos encontramos, y de cuál es el camino que debemos seguir para llegar a nuestro destino. Es éste un idioma que todavía hoy conoce muy bien la gente de la mar y los habitantes del desierto. A partir de la Polar, en el hemisferio norte, o de la Cruz del Sur, en el hemisferio opuesto, ya estamos localizados en el espacio, y si, además, tenemos un conocimiento relativamente bueno de lo que se puede ver en un cielo nocturno, no sólo podremos saber en qué dirección se encuentran los puntos cardinales, sino también movernos con precisión de grados, e incluso minutos. Y todo eso nos lo hacen saber las estrellas, sin necesidad de otros instrumentos. Claro que si el cielo guarda silencio, es necesario recurrir a otros interlocutores. Ésta otra lengua también está en franca decadencia. Los interlocutores modernos —satélites y GPS— la han arrinconado.

La tercera lengua que podemos escuchar mirando las estrellas nació al mismo tiempo que lo hicieron las dos anteriores. Las sociedades antiguas no discernían entre Astronomía y Astrología. No podían hacerlo, pues carecían de conocimientos e instrumentos suficientes para desarrollar esa tarea y, además, ya lo sabemos, el cielo era la casa de los dioses, y a éstos no se les podía discutir nada, sólo interpretar. Lo que el cielo nos decía o creíamos que nos decía, fuese esto lo que fuese, era suficiente para tomarlo en cuenta, puesto que se trataba del deseo de los dioses. La utilización de esta lengua con cierto grado de codificación podemos situarla en Mesopotamia, hace aproximadamente 4000 años, pero toda sociedad antigua tenía su propio código. Estoy hablando, claro está, del Zodiaco, de la “casa de los animales”, esto es, del horóscopo. Y creencias aparte, la verdad es que, todavía hoy, una infinidad de revistas y periódicos recogen todos los días lo que este oráculo pronostica. 

Aclaración necesaria: el zodiaco no es otra cosa que una franja estrecha del cielo visto desde nuestro planeta. Es una banda de la esfera celeste comprendida entre 8º por encima de la eclíptica de la Tierra y 8º grados por debajo de la misma. En ese espacio es donde vemos moverse el Sol, los planetas y las doce constelaciones antes mencionadas. El problema es que ese espacio, con sus doce casillas, fue fijado por Hiparco hace más de 2.000 años y la precesión del eje de la Tierra ha hecho que hoy las fechas no se corresponden con la realidad. Un ejemplo: según el zodiaco el Sol está en Tauro entre el 21 de abril y el 21 de mayo. En la actualidad, el Sol pasa por Tauro entre el 13 de mayo y el 20 de junio. Esta precesión es la que explica, asimismo, la existencia de una tercera casilla: Ofiuco.

Villa Farnese. Bóveda de la Sala Mapamundi. Giovanni Antonio da Varese

Predicciones aparte, hay otra lengua más concreta y más pegada a la tierra en la que el cielo se manifiesta y es tan antigua como las anteriores. En esta lengua intentan decirnos lo que debemos hacer y cuándo debemos llevarlo a cabo. Difícilmente la entendemos los habitantes de las ciudades, pero la gente del campo todavía hoy la recuerda en buena medida. Mejor la interpretaban las antiguas civilizaciones, porque tenían que valerse de ella para saber cuál era el momento adecuado de la recogida o de la siembra, por ejemplo. De esta manera, en el antiguo Egipto, sabían perfectamente que cuando la brillantísima estrella Sirio asomaba por el horizonte poco antes del amanecer, había llegado el momento de preparar la tierra, pues sabían que poco después llegaría la fértil crecida del Nilo. De esta misma manera, en la Edad Media, por citar otro ejemplo, sabían que cuando el Sol empezaba a meterse en Escorpio, tenían que labrar los campos, porque ese era el momento más adecuado. Hoy podemos disfrutar de esos libros magistralmente iluminados, en los que se ven cada una de las faenas acompañadas de la época del año, expresada mediante los objetos celestes.

En otras ocasiones, el cielo, en lugar de hablarnos, produce música. Pero éste es un sonido ya perdido. El gran místico y matemático Pitágoras estaba convencido de que la Tierra se hallaba en el centro del cosmos. Girando sobre ella se encontraba la Luna, el Sol, los cinco planetas visibles a simple vista (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) y las estrellas. Todos estos cuerpos giraban en esferas concéntricas, esferas que, al desplazarse, producían un sonido armónico, audible en las noches más serenas. Él y sus alumnos tenían una concepción ideal del universo, como corresponde a una teoría basada en la relación matemático-musical, más que en la observación directa. De esta forma, suponían que cada esfera, sobre la que se deslizaban los cuerpos celestes, estaba situada en una relación numérica, que era la que correspondía a la relación que se da entre las notas musicales. Cuando Pitágoras descubrió la relación que había entre la longitud de una cuerda y el tono que producía al hacerla vibrar, descubrió también que esta relación es proporcional. Convencido como estaba de que el mundo debe expresar armonía y de que ésta se manifiesta a través de los números, el ilustre griego aplicó este orden a todo el universo. 

Nicolas Oresme. Livre du ciel et du monde

Esta teoría que consideraba el universo como un colosal instrumento de música se mantuvo a través del tiempo, y todavía en el siglo XVII se encontraba en vigor. Lo curioso es que hace poco tiempo, en 2006, un satélite de la Nasa ha descubierto que la atmósfera solar produce sonidos, ultrasonidos en este caso, que son, aproximadamente, unas 300 veces más bajos (graves) de lo que el oído humano puede captar, pero música de las esferas al fin y al cabo.

La quinta y última lengua es, sin duda, la más hermosa y difícil de las lenguas en la que el cielo nos habla. Es una lengua que todavía hoy no entendemos del todo, no porque la hayamos perdido u olvidado, sino porque aún no hemos sido capaces de descifrarla. Es una lengua que nace con el tiempo y el espacio, la más antigua de todas. Es la lengua primigenia. Frecuentemente decimos que somos polvo de estrellas. Es una frase muy poética. Puede parecer, incluso, un poco cursi, pero es real en todo su significado. Gracias a aquellos primeros elementos provenientes de las estrellas y que se depositaron sobre nuestro planeta hace unos 3.800 millones de años, surgió la vida. Sabemos, es cierto, algunas cosas, pero esta lengua se escribe en caracteres subatómicos y su gramática es totalmente distinta a la lengua que expresa lo grande, lo que se ve a simple vista. Posiblemente, la descodificación de todos sus signos nos ofrezca un conocimiento preciso y exacto del Universo y su comportamiento, de la materia en todas sus manifestaciones. Y no es que vayamos a ser mejores, pero si logramos interpretarla correctamente, como mínimo seremos un poco menos ignorantes.

***

Todas estas lenguas. incluida la científico-técnica, han encontrado expresión artística. Al fin y al cabo, dicha representación nació mucho antes de que lo hiciera la expresión teórica y el propio lenguaje escrito. El impulso por dejar constancia visual de preocupaciones, hallazgos y deseos nos acompaña desde las primeras pinturas prehistóricas, hace aproximadamente unos 40.000 años. Ahora bien, como el pensamiento mítico e intuitivo está mucho más extendido que el racional y ha conformado la mayor parte de la historia de la humanidad —la revolución científica no se inicia hasta el siglo XVI—, las representaciones artísticas, en una desproporción abrumadora, aluden a las lenguas simbólicas, que son, lógicamente, las más sugestivas a la hora de producir significados. Todavía en el siglo XIX Herder y Schleiermacher insistían en la naturaleza religiosa del conocimiento y el artista romántico afirmaba que sólo él podía acceder al infinito.

En la actualidad, teniendo en cuenta lo mucho que nos hemos alejado de la cosmogonía antigua y medieval, leer esas imágenes y disfrutarlas requiere de algunas claves interpretativas, pero no se trata nada más que de un pequeño esfuerzo al alcance de cualquier persona. En todo caso, ese pequeño esfuerzo nos ofrecerá el goce de saber qué querían decir nuestros antepasados y cómo entendían el mundo en el que vivían, lo que, en sí, es ya una gran recompensa.

martes, 31 de agosto de 2010

LOS NOMBRES DE LOS DÍAS

Para Charo, Ana Cristina, Maite, Peio, Josetxo y Javi, amigos que preguntan.
Para Maite, que siempre está conmigo.

Los nombres de los días de la semana los hemos tomado del cielo, de los planetas que giran en torno al sol, de los dioses que habitaban en él, pero tienen mucho que ver con Pitágoras y la música de las esferas. 

Pitágoras, en su afán ordenador y clasificador, no podía entender un universo caótico. Desde su concepción del mundo y del universo, todo debía estar sujeto a leyes matemáticas, al imperio del número... y de la música.


Los cuerpos celestes visibles a simple vista y, por tanto, conocidos desde muy antiguo eran la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno (y éste era precisamente su orden aparente vistos desde la Tierra, centro del universo, según se creía entonces. Más allá estaban las estrellas). Todos esos cuerpos giraban dando vueltas alrededor de la Tierra, cada uno en una esfera. Y cada uno de ellos producía un sonido. Juntos formaban la escala musical completa: Luna-do, Mercurio-re, Venus-mi, Sol-fa, Marte-sol, Júpiter-la y, por último, Saturno-si.

(Dibujo de Toño Bernedo para el libro El desafío del Universo. Austral, 2007)


Pitágoras también se dio cuenta de que la división musical de la octava en una cuarta (do-fa) y en una quinta (fa-do), o en una quinta y una cuarta, correspondía exactamente con que el número 2 es igual al producto de 4/3 por 3/2, o viceversa. Es decir, sumar o restar intervalos musicales se corresponde con multiplicar o dividir sus relaciones. A partir de ahí, como la cuarta se obtiene restando una quinta de una octava, bajando o subiendo por las escalas a paso de quintas y octavas se generan las relaciones correspondientes a todas las notas.

Para encontrar las leyes matemáticas del universo basta con pensar que éste es una lira que Apolo toca. Y procediendo por quintas, las esferas quedan dispuestas en este orden: Luna-do, Marte-sol, Mercurio-re, Júpiter-la, Venus-mi, Saturno-si y Sol-fa. Ya tenemos ordenado y sonando en armonía el universo y, además,  insertos en él los números enteros y racionales, como no podía ser menos. Todo en orden, incluidos los días de la semana.

De esta ordenación místico/musical/matemática procede el orden de los días de la semana. Bien es cierto que con la aparición del cristianismo perdimos, en castellano, los dos últimos (sábado de sabat -día de descanso del hacedor-, domingo de dominica -día del señor, el hacedor anterior-), cosa que no ocurre en inglés o en alemán, por ejemplo.

Más información:
http://www.tendencias21.net/Un-satelite-de-la-Nasa-confirma-la-musica-de-las-esferas_a494.html (repercusión actual).


Si te ha interesado esta entrada, quizás te interese esta otra: ¿Por qué vemos lo que vemos de la Luna?

miércoles, 4 de enero de 2023

NOVALIS (Friedrich von Hardenberg)

HIMNOS A LA NOCHE

I

Librerías que disponen de él.
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama, por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve, a la que todo lo alegra, la luz —con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia, cuando ella es el alba que despunta? Como el más profundo aliento de la vida la respira el mundo gigantesco de los astros, que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules — la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo, la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la tierra, y el salvaje y ardiente animal multiforme — pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero, de ojos pensativos y andar flotante, de labios dulcemente cerrados y llenos de música. Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre, la luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros, ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste. — Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo —. Pero me vuelvo hacia el valle, a la sacra, indecible, misteriosa Noche. Lejos yace el mundo —sumido en una profunda gruta — desierta y solitaria es su estancia. Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza. En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza. — Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez, breves alegrías de una larga vida, vanas esperanzas se acercan en grises ropajes, como niebla del atardecer tras la puesta del sol. En otros espacios abrió la luz sus bulliciosas tiendas. ¿No tenía que volver con sus hijos, con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?

¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía? ¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura? ¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma? Un bálsamo precioso destila de tu mano, como de un haz de adormideras. Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu. Oscuramente, inefablemente nos sentimos movidos — alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave, un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí, y, entre la infinita
Editorial
maraña de sus rizos, reconozco la dulce juventud de la Madre–. ¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz! — ¡Qué alegre y bendita la despedida del día! — Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores, por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas, para que pregonaran tu omnipotencia — tu regreso — durante el tiempo de tu ausencia. Más celestes que aquellas centelleantes estrellas nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros. Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos — sin necesitar la Luz, ellos penetran las honduras de un espíritu que ama — y esto llena de indecible delicia un espacio más alto. Gloria a la Reina del mundo, a la gran anunciadora de universos sagrados, a la tuteladora del amor dichoso — ella te envía hacia mí — tierna amada — dulce y amable sol de la Noche, — ahora permanezco despierto — porque soy Tuyo y soy Mío — tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida — tú me has hecho hombre — que el ardor del espíritu devore mi cuerpo, que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente y así va a ser eterna nuestra noche de bodas.

(Traducción: Eustaquio Barjau).

Tal vez Novalis (1772-1801) sea el más romántico de los poetas románticos, es decir, el que lleva las ideas del romanticismo sobre la realidad, el idealismo, el amor y la estética a una mayor radicalidad. El idealismo mágico novaliano y la moralización de la Naturaleza, serían dos buenos ejemplo; la flor azul que anhelaba y veía en sueños es ya un símbolo universal de la creación romántica. 

Existen multitud de traducciones de sus obras. Encontrar cualquiera de ellas en las librerías, en las bibliotecas o incluso en formato pdf en internet no tiene ninguna dificultad.

La biografía que publicó Antonio Pau sobre él es una excelente biografía y una forma muy amena de introducirnos en la vida y en el pensamiento poético del alemán, además de servir como antología mínima de su obra. Imprescindible.

Y por si alguien se anima, un poquito de intrusión universitaria a cargo del profesor Francisco Salaris, asequible a todo el mundo:


***


miércoles, 28 de febrero de 2024

UN LIBRO, UN POEMA (Joaquín Pasos)

Editorial
#unlibrounpoema

Coincido con Óscar Hahn en que este "Canto de guerra de las cosas" es digno de encabezar una posible selección de los más sobresalientes poemas de Joaquín Pasos (1914-1947). 
 


Fratres: Existimoenim quod non sunt codignae passiones hujus temporis ad futuram gloriam, quae revelabitur in nobis. Nam exspectatio creaturae revelationem filiorum Dei exspectat. Vanitati enim creatura subjecta est non volens, sed propter eum, qui subjecit eam in spe: quia et ipsa creatura liberatibur a servitute corruptionis in libertaten gloriae filiorum Dei... Scimus enim quod omnis creaturae ingemiscit, et parturit asque adbuc.
                          PAULUS AD ROM. 8,18-23



CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS


Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel del niño mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido acero…
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.

El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.

Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo al que no puede herir otro cuchillo.

Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas…
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
sin que haya un arca de acero que resista
¡ni un avión que regrese con la rama de olivo!

Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones de bakelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha sostenido una estatua.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor Capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No pasa nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.

No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las de navegar.
Todos los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.


Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo,
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos,
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo,
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio, con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de líquido,
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.


Somos la orquídea del acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un inmenso jardín de muertes.

Como la enredadera púrpura de filosa raíz
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.

Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arcoíris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.

Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia un aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.

Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso.
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.

Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que viste en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta,
tú, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.

Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera sonámbula sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficiente para morir las semillas del cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!

Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos,
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.
No pueden haber lágrimas ni duelo,
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar, en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.


Serrat puso música al epitafio que Ernesto Cardenal le dedicó y lo cantó así:

***


viernes, 22 de enero de 2021

EL CIELO. PLINIO EL VIEJO

Cada cual celebra sus alegrías como más le gusta, que en esto también hay muchas maneras. 

Yo estaba ayer absolutamente desolado, pero conseguí expulsar del blog al intruso que se me había colado y me fui a celebrarlo al balcón. Saqué el telescopio y enfoqué hacia arriba. Allí estaban, casi en el cenit, la luna creciente y, un poco más arriba y a la derecha, Marte y Urano. Me costó trabajo descubrir al segundo, los 3.000.000.000 de km que nos separan de él no es una distancia precisamente pequeña, pero lo logré. Es la primera vez que consigo verlo desde el balcón de casa, es decir, envuelto en la contaminación lumínica de la ciudad. ¡Ahí es ná!

Y para celebrar esta segunda proeza, pero de un rango menor que la primera, cogí mi plinio y me puse a releer algunos pasajes y a contemplar las fantásticas ilustraciones que lo ambientan. Como un niño con un juguete nuevo. Es la ventaja que tenemos los adultos, cualquier librillo al que no hayamos prestado atención durante un tiempo, nos vuelve a encantar con sus reclamos.

Plinio el Viejo, por si no os acordáis, fue aquel romano enamorado del conocimiento, que sentía curiosidad por todo. Tanta era su sed de saber y su entrega a los demás que el 24 de agosto de 79, cuando la erupción del Vesubio, dirigió la flota que estaba a su cargo a las playas de Nápoles para socorrer a sus compatriotas y ¡poder observar la erupción de cerca! Allí murió. De todo cuanto escribió solo nos ha llegado la Historia Natural. Una especie de recopilación de los conocimientos de la época: botánica, zoología, mineralogía, medicina, geografía, cosmología, metalurgia...

El comienzo de su libro dedicado al cielo, que es lo que recoge esta edición de Siruela, no puede ser más bello, ingenuo y emotivo: 

El mundo y todo aquello que con otra denominación se convino en llamar cielo, en cuyo seno transcurren todas las cosas, hay que creer que es igual a la divinidad, eterno, inconmensurable y que no ha sido engendrado ni jamás va a perecer. Indagar más allá de él no tiene interés para el hombre ni cabe en las conjeturas de la mente humana. Es sagrado, eterno, inconmensurable, un todo en el todo o, mejor dicho, él mismo el todo: infinito y similar a lo finito, concreto en todas sus partes y similar a lo inconcreto, compuesto esencialmente por la totalidad de elementos intrínsecos y extrínsecos; no solo es la propia obra de la naturaleza física, sino también la misma naturaleza física. Es un desvarío que algunos hayan tenido el propósito de medirlo y que se hayan atrevido a publicarlo, como, a su vez, que otros, aprovechando esta ocasión, o dando pie a ello, hayan referido que hay innumerables mundos (de modo que sería preciso creer en otras tantas naturalezas físicas o, incluso si una sola englobara al resto, en otros tantos soles y otras tantas lunas, amén de los demás astros aun en un solo mundo inmensos e incontables) como si dichos interrogantes, a la postre, no hubieran de plantearse siempre al pensamiento en su ansia de un punto final, o bien, en el caso de que esta infinitud pudiera ser atribuida a la naturaleza por ser artífice de la totalidad de las cosas, como si no fuera más sencillo que todo ello se entienda como unidad, máxime cuando la empresa es de tal envergadura.

Y si lo leéis, encontraréis muchas más sorpresas maravillosas, además de averiguar, si no lo sabéis, el porqué y el cómo de eso que conocemos como música de la estrellas, o armonía universal. 

Y ahora tres imágenes:

Juan Baptista Lavanhal-Luis Teixeira. Theatrum orbis Terrarum.

 
Bartolomé Anglico. Livre de la propieté des choses.


Suwar al-Kavahib al Thabita. ¿Reconocéis la constelación, visible en esta época?

Si lo encontráis, no lo dudéis, haceos con él.

lunes, 1 de mayo de 2023

SHELLEY Y KEATS


 
HIMNO A LA BELLEZA INTELECTUAL



1. 

La sombra de una Fuerza incognoscible
flota, aunque incognoscible, entre nosotros;
visita este amplio mundo con la misma
inconstancia que el viento entre las flores;
como un rayo de luna tras un pico
turba secreto, imprevisible,
el corazón y rostro humanos;
como el rumor pausado de la tarde,
como una nube en noche clara,
como el recuerdo de una música,
como aquello que se ama por hermoso
pero más todavía por ignoto.

2. 


Espíritu, Belleza que consagras
con tu lumbre el humano pensamiento
sobre el que resplandeces, ¿dónde has ido?
¿Por qué cesa tu brillo y abandonas
este valle de lágrimas desierto?
¿Por qué el sol no teje por siempre
un arco iris en tu arroyo?
¿Por qué cuanto ha nacido languidece?
¿Por qué temor y sueño, vida y muerte
ensombrecen el mundo de este modo?
¿Por qué el hombre ambiciona tanto
odio y amor, desánimo, esperanza?

3. 

Ninguna voz de un ámbito sublime
ha respondido nunca a estas preguntas.
Los nombres de Demonio, Espectro y Cielo
testimonian este inútil empeño:
débiles palabras cuyo encanto no suprime
de cuanto aquí vemos y oímos
el azar, la duda, lo mudable.
Sólo tu luz, cual niebla entre montañas
o música que el viento vespertino
arranca de algún tácito instrumento
o cual claro de luna a medianoche,
sosiega el sueño inquieto de esta vida.

4. 

Amor, Honor, Confianza, como nubes
parten y vuelven, préstamo de un día.
Si el hombre inmortal fuese, omnipotente,
Tú -ignoto y sublime como eres-
dejarías tu séquito en su alma.
Tú, emisario de los afectos,
que creces en los ojos del amante;
¡Tú que nutres al puro pensamiento
cual penumbra a una llama que agoniza!
No partas cuando al fin llega tu sombra:
sin Ti, como la vida y el temor,
la tumba es una oscura realidad.

5. 

Cuando niño, buscaba yo fantasmas
en calladas estancias, cuevas, ruinas
y bosques estrellados; mis temerosos pasos
ansiaban conversar con los difuntos.
Invocaba esos nombres que la superstición
inculca. En vano fue esa búsqueda.
Mientras meditaba el sentido
de la vida, a la hora en que el viento corteja
cuanto vive y fecunda
nuevas aves y plantas,
de pronto sobre mí cayó tu sombra.
Mi garganta exhaló un grito de éxtasis.

6. 

Hice un voto: a Ti ya cuanto es tuyo
dedicaría el ser. ¿No ha sido así?
Aún hoy, con inquieto pulso, llamo
a los turbios espectros que en sus tumbas
acompañan mis horas. En fingidos lugares
donde aplico mi espíritu al amor o al estudio,
han contemplado conmigo la noche.
Saben que la alegría no ilumina mi rostro
si no es con la esperanza de que absuelvas
al mundo de su oscura esclavitud;
de que tú, Terrible Hermosura,
concedas cuanto el verso no logra proclamar.

7. 


El día es más sereno y más solemne
cuando llega la tarde. Y hay un orden
en Otoño y un lustre en su horizonte
que el estío prohíbe alojo humano
hasta hacernos creer que es imposible.
Así pues, deja que tu fuerza
-talla naturaleza, cuando joven-
provea a mi existencia venidera
de sosiego, a mí que te venero
con cuantas formas te contienen,
a mí, hermoso Espíritu, a quien diste
el temor de sí mismo y amor al ser humano.

Percy Bysshe Shelley. Traducción: Gabriel Insausti.



ODA A UN RUISEÑOR

Me duele el corazón y aqueja un soñoliento
torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado algún fuerte narcótico
ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:
no porque sienta envidia de tu sino feliz,
sino por excesiva ventura en tu ventura,
tú que, Dríada alada de los árboles,
en alguna maraña melodiosa
de los verdes hayales y las sombras sin cuento,
a plena voz le cantas al estío.

¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo
refrescado en la tierra profunda,
sabiendo a Flora y a los campos verdes,
a danza y canción provenzal y a soleada alegría!
¡Quién un vaso me diera del Sur cálido,
colmado de hipocrás rosado y verdadero,
con bullir en su borde de enlazadas burbujas
y mi boca de púrpura teñida;
beber y, sin ser visto, abandonar el mundo
y perderme contigo en las sombras del bosque!

A lo lejos perderme, disiparme, olvidar
lo que entre ramas no supiste nunca:
la fatiga, la fiebre y el enojo de donde,
uno a otro, los hombres, en su gemir, se escuchan,
y sacude el temblor postreras canas tristes;
donde la juventud, flaca y pálida, muere;
donde, sólo al pensar, nos llenan la tristeza
y esas desesperanzas con párpados de plomo;
donde sus ojos claros no guarda la hermosura
sin que, ya al otro día, los nuble un amor nuevo.

¡Perderme lejos, lejos! Pues volaré contigo,
no en el carro de Baco y con sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque la mente obtusa vacile y se detenga.
¡Contigo ya! Tierna es la noche
y tal vez en su trono esté la Luna Reina
y, en torno, aquel enjambre de estrellas, de sus Hadas;
pero aquí no hay más luces
que las que exhala el cielo con sus brisas, por ramas
sombrías y senderos serpenteantes, musgosos.

Entre sombras escucho; y si yo tantas veces
casi me enamoré de la apacible Muerte
y le di dulces nombres en versos pensativos,
para que se llevara por los aires mi aliento
tranquilo; más que nunca morir parece amable,
extinguirse sin pena, a medianoche,
en tanto tú derramas toda el alma
en ese arrobamiento.
Cantarías aún, mas ya no te oiría:
para tu canto fúnebre sería tierra y hierba.

Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal!
No habrá gentes hambrientas que te humillen;
la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída
por el emperador, antaño, y por el rústico;
tal vez el mismo canto llegó al corazón triste
de Ruth, cuando, sintiendo nostalgia de su tierra,
por las extrañas mieses se detuvo, llorando;
el mismo que hechizara a menudo los mágicos
ventanales, abiertos sobre espumas de mares
azarosos, en tierras de hadas y de olvido.

¡De olvido! Esa palabra, como campana, dobla
y me aleja de ti, hacia mis soledades.
¡Adiós! La fantasía no alucina tan bien
como la fama reza, elfo de engaño.
¡Adiós, adiós! Doliente, ya tu himno se apaga
más allá de esos prados, sobre el callado arroyo,
por encima del monte, y luego se sepulta
entre avenidas del vecino valle.
¿Era visión o sueño?
Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido?

John Keats. Traducción: Juan González-Blanco de Luaces.

***


lunes, 21 de noviembre de 2022

AVROM SUTZKEVER

Enlace
He conocido la existencia del poeta Avrom Sutzkever (1913-2010) gracias al programa de Mercedes Menchero, Música y pensamiento, una fuente inagotable de placer, bienestar y conocimiento. 

Comenta la divulgadora en el programa —lo tenéis debajo de los poemas— que es relativamente fácil encontrar en internet poemas del poeta traducidos al español. Todo depende de lo que cada cual interprete por relativamente. Es cierto que hay unos cuantos espacios en los que aparecen algunos poemas sueltos (casi siempre los mismos) y donde casi nunca se cita ni el libro ni la traducción de la que han salido, excepción hecha del excelente e incomensurable blog de Fernando Sabido —gracias, Fernando—. Libros, yo solamente he encontrado esta antología de poetas judíos, El resplandor de la palabra judía, en la que podéis leer 14 poemas traducidos por Eliahu Toker (1934-2010), escritor argentino y traductor de Sutzkever.

El primer poema que he copiado lo comenta y lo lee Menchero a partir del minuto 7:36. 


EN EL SACO DEL VIENTO


Un vagabundo descalzo sobre una roca,
Mientras el oro del atardecer,
Avienta de sí el polvo del mundo.
Del bosque hacia fuera
Extiende su vuelo una ave
Y atrapa tajante lo último del sol.

Un sauce junto al río también hay.

Un camino.
Un campo.
Una palpitante pradera.
Secretos pasos
De hambrientas nubes.
¿Dónde están las manos que engendran maravilla?

Un violín vivo también hay.

Pregunto: ¿qué queda por hacer en este momento,
Oh, mundo mío de miles de tinturas?
A no ser que
Recolecte en el saco del viento
La roja belleza
Y la traiga a casa a cenar.

Una soledad como un monte, también hay.

(Fuente: enlacejudío.com).



LA PRIMERA NOCHE EN EL GUETO

 “La primera noche en el gueto es la primera noche en el sepulcro, 
después uno se acostumbra”, así es como consuela mi vecino 
a los verdes cuerpos entumecidos tendidos en el suelo. 
¿Podrán naufragar barcos en tierra? 
Yo siento que bajo mis pies naufragan barcos y solo el velamen 
se arrastra por encima, deshilachado y pisoteado, 
sobre los verdes cuerpos entumecidos, tendidos por el suelo. 

Llega hasta el cuello… 
Sobre mi cabeza pende una larga canaleta 
cosida con hilos estivales a una ruina. Nadie 
habita sus cuartos. Solo aullantes ladrillos 
arrancados, con trozos de carne, de sus muros. 
En otros tiempos, una lluvia solía desgranar su música en la canaleta, 
leve, blanda, bendiciendo. Madres solían colocar baldes debajo 
a recoger la dulce leche de las nubes 
para lavar el pelo de sus hijas y que las trenzas felizmente brillen. 
Ahora las madres ya no están; las hijas tampoco, ni la lluvia, 
solo ladrillos en una ruina; ladrillos aullantes 
arrancados con trozos de carne de los muros. 

Es noche. Un negro veneno gotea. Soy un rescoldo 
traicionado por la última chispa y abismalmente apagado. 
Solo la ruina es mi hermana. Y el viento húmedo 
que sin aliento cayó sobre mi boca, con suave piedad 
va con mi alma, que se separa del trapo de la osamenta 
como se separa la mariposa del gusano. Y la canaleta 
cuelga todavía sobre mi cabeza en el espacio 
y fluye por ella el negro veneno, gota a gota. 

Y de pronto, cada gota se vuelve un ojo. Estoy completamente 
empapado de ojos luminosos. Una red de luz recogiendo luz. 
Y encima de mí, la canaleta cosida a la ruina con hilos de araña, 
un telescopio. Penetro a nado por su tubo y las miradas 
se unen luminosas. Allí están, como ayer, 
las familiares estrellas vivientes de mi ciudad. 
Y entre ellas, también aquella estrella tras-sabática 
a la que labios de madre elevaban una bendición: feliz semana. 

Y comienzo a sentirme mejor. 
No existe quien pueda enturbiarlo, destruirlo, 
y yo debo vivir, porque vive la buena estrella de mi madre.

(De El resplandor de la pabra judía).


***


Путин, немедленно останови войну!

domingo, 22 de octubre de 2023

O DU, MEIN HOLDER ABENDSTERN, R. Wagner

 

La ópera Tannhäuser (R. Wagner, 1845) utiliza tres leyendas para la composición del libreto. La que aquí nos interesa es la que se refiere a Venus y el Papa. De manera sucinta, la historia es esta: un caballero ha vagado por el mundo hasta llegar a Venusberg (la montaña de Venus), donde disfruta de los placeres con que la diosa le agasaja. Al cabo de un tiempo, se cansa y decide volver al mundo cotidiano. Venus intenta impedírselo. Tannhäuser evoca a la Virgen y logra escapar. Acude en peregrinación a Roma para invocar perdón por su pasado. El Papa no se lo concede y le hace saber que antes de conseguir el perdón de Jesús saldrán brotes de su bastón. Tannhäuser vuelve a Venusberg. Poco después, el bastón del Papa se llena de brotes. El sumo pontífice envía mensajeros para que localicen al caballero y lo lleven a Roma para ofrecerle el perdón. Tannhäuser ha desaparecido para siempre y es el Papa quien es condenado.

De este O du, mein holder Abendstern (oh, tú, hermosa estrella de la tarde, lucero vespertino) lo que más me gusta es la música, y prefiero la adaptación para orquesta y cello al original con voz humana, pero no quiero privar a quienes, por el contrario, prefieren oír la voz de un buen barítono, y aquí dejo la interpretación de Bryn Terfel


La letra del texto esta:


Wie Todesahnung Dämmrung deckt die Lande,
umhüllt das Tal mit schwärzlichem Gewande;
der Seele, die nach jenen Höhn verlangt,
vor ihrem Flug durch Nacht und Grausen bangt.
Da scheinest du, o lieblichster der Sterne,
dein sanftes Licht entsendest du der Ferne;
die nächt’ge Dämmrung teilt dein lieber Strahl,
und freundlich zeigst du den Weg aus dem Tal.

O du, mein holder Abendstern,
wohl grüsst’ ich immer dich so gern:
vom Herzen, das sie nie verriet,
grüsse sie, wenn sie vorbei dir zieht,
wenn sie entschwebt dem Tal der Erden,
ein sel’ger Engel dort zu werden!

[Como un presentimiento de muerte, el crepúsculo cubre la tierra,
cubre el valle con un manto negro;
el alma que anhela esas burlas,
miedo de su huida a través de la noche y el horror.
Allí brillas, oh la más hermosa de las estrellas,
envías tu suave luz a lo lejos;
Tu querido rayo divide el crepúsculo de la noche,
y usted amablemente muestra el camino para salir del valle.


Oh tú, mi hermosa estrella de la tarde,
Siempre estaré feliz de saludarte:
del corazón que nunca la traicionó,
saludala cuando pase por tu lado,
cuando ella se aleja flotando del valle de la tierra,
¡Para convertirme allí en un ángel bendito!].

***


lunes, 13 de mayo de 2019

LOS ASTROS CIEGOS, un poema de Gerardo Diego


        Yo los vi.
        Yo los vi. 
En verdad os digo 
        que existen.
Son unos de aromas
fragancias inéditas,
perfumes nuevos y enervantes—
se abren como crisantemos
y menean sus pistilos
como niños en la cuna
       boca arriba.



Otros son de música
y suenan largamente
con sones infantiles
de zarzuelas desteñidas
en cajas de magia.
Los hay también
que nos rozan las yemas
de los dedos, suaves
pieles de mujeres
       celestes.



Son los astros que suenan
las músicas nocturnas.
Los que huelen
las esencias nocturnas.
Los que besan
los éxtasis nocturnos...
Aquella noche
fosforecían todos. ¡Divinos
       fuegos artificiales!

             Obras completas, tomo II, pp 1137-39. (La edición de Aguilar fue luego asumida por Alfaguara).

Que nos sintamos fascinados por el cielo nocturno es algo bastante corriente. Que los poetas pongan en verso esa fascinación, también. La música de las esferas ha prolongado su atracción mucho más allá del estricto conocimiento que la investigación nos daba. 

Lo que resulta extraordinario, y tal vez explique la temprana atracción de Gerado Diego por las estrellas, es que, cuando aún no había salido de la pubertad, le diera clases de Geografía un catedrático premiado en la Exposición Universal de París (1900) por la realización de, en aquel tiempo absolutamente novedoso, un Mapa del cielo. Aquel mapa estaba colocado en una de las paredes del aula del entonces Instituto General y Técnico de Santander, donde Gerardo Diego ingresó en 1906, hoy IES Santa Clara. El profesor era Antonio Torres Tirado.

jueves, 12 de abril de 2018

BLANCA ANDREU

Manuscrito reproducido en Hitos y señas (1966-1996)

Di que querías ser caballo esbelto, nombre
de algún caballo mítico,
o acaso nombre de tristán, y oscuro.
Dilo, caballo griego, que querías ser estatua desde hace diez mil años,
di sur, y di paloma adelfa blanca,
que habrías querido ser en tales cosas,
morirte en su substancia, ser columna.

Di que demasiadas veces
astrolabios, estrellas, el nervio de los ángeles,
vinieron a hacer música para Rilke el poeta,
no para tus rodillas o tu alma de muro.

Mientras la marihuana destila mares verdes,
habla en las recepciones con sus lágrimas verdes,
o le roba a la luz su luz más verde,
te desconoces, te desconoces.

         De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, 1980.


Blanca Andreu marcó un hito cuando ganó en 1980 el Adonáis con este poemario, hasta tal punto que está considerado el momento inicial de la que se conoce como generación de postnovísimos. Y un detalle extraliterario: la mayoría de las bibliotecas que lo tienen en su catálogo solo permiten su lectura, no su préstamo. Vamos, que se ha convertido en un libro de culto.

Su obra poética no es muy extensa, pero sí intensa. Ha publicado estos títulos: 


Escribe en un blog donde se ocupa de sus intereses, que son muchos y variados, por lo que resulta muy interesante para conocer a la poeta desde un punto de vista diferente. 

También resulta muy provechoso leer alguna de las entrevistas que le han realizado para tener un conocimiento sobre su labor poética y descubrir —si es que no se conocía previamente— ese lado oscuro y cainita de la literatura española, donde filias y fobias determinan las publicaciones. Enlazadas con sus nombres os dejo las de Alberto Ojeda y Juan Jacobo Wilkins, ambas realizadas con motivo de la publicación de su último poemario.

Y aquí el vídeo de la Fundación José Hierro. En la amplia lectura de sus poemas ofrece unas cuantas explicaciones sobre su poesía y contextualiza los poemas. No tiene buen sonido, pero es muy interesante porque es bastante reciente.