Con esto de la crisis parece haberse puesto de moda en los medios de comunicación hacer debates sobre si debemos o no debemos ser austeros, si es conveniente o no amoldar nuestras costumbres y maneras a una nueva época más moderada y menos alegre.
El debate viene impulsado porque los gobernantes mandan mensajes solicitando "austeridad" a la población y la población, jaleada en general por sus "representantes" tertulianos, clama a voz en grito que se metan la austeridad por donde les quepa, que ya bastante les han bajado el sueldo a los afortunados que lo tienen, y que el resto —un larguísimo y doloroso resto— ya ha ofrecido su puesto de trabajo en el altar de la crisis.
Estoy sinceramente convencido de que tanto unos como otros hacen un uso malintencionado del término. Los primeros lo usan con la intención de convencernos de la bondad de tantas restricciones sociales y económicas, y que, por supuesto, sólo sufren los más desfavorecidos. Los segundos dicen que hablar de austeridad en medio de esta crisis es vergonzoso y que la única intención de los primeros es que obedezcamos como borregos, que debemos exigir lo de siempre y que la
sociedad del bienestar es nuestro derecho.
Pues bien, yo defiendo la austeridad, la sobriedad, el consumo justo y responsable, la inexcusable necesidad de ser austeros, porque me siento ciudadano del mundo, porque me parece la única salida posible a esta enloquecida sociedad capitalista de consumo irresponsable, porque es una reivindicación desde el origen del movimiento ecologista para poder ofrecer a las generaciones que nos sigan un mundo en el que se pueda vivir moral y materialmente, porque desmantelar los recursos de los países no desarrollados para disfrutar de una vida más cómoda en la otra parte del mundo es un acto de
injusticia, de
inmoralidad y de
estupidez.
Yo defiendo el significado global de austeridad en contra de lo que quieren venderme los gobiernos de este viejo continente y en contra de la opinión de mucho tertuliano de izquierda. Si vamos a hablar de austeridad, hablemos en serio y tengamos en cuenta a la población entera del planeta, no la de nuestro barrio. Si vamos a hablar de austeridad, hablemos del impacto que supone —y es sólo un ejemplo— el que la población de Norteamérica y de Europa circule alegremente con su vehículo particular, por muy
ecológico que sea, en el resto de la población mundial. Si vamos a hablar de austeridad, tengamos en cuenta que en una parte del mundo disfrutamos de lo que disfrutamos, gracias a que nos lo llevamos de la otra parte.
Sí, defiendo el significado global de austeridad, porque me siento
ciudadano global y responsable, porque sé, como lo sabía
Donne, que cuando en algún lugar del mundo suenan a duelo las campanas, las campanas también suenan por mí, porque la miseria —no la austeridad— en la que vive un tercio de la población mundial es, también, responsabilidad de la forma en que hemos vivido y queremos seguir viviendo en esta otra parte del globo.
Así que hagamos ejercicio de austeridad y empecemos a exigir a nuestros hipócritas gobiernos, partidos y sindicatos que hagan un verdadero ejercicio de austeridad, que pongan orden repartiendo la riqueza austeramente, es decir,
de forma justa y solidaria, y que empiecen a tener en cuenta que todo ser humano, independientemente de dónde haya nacido, es un ser humano titular de los mismos derechos que cualquier otro; por lo tanto, que empiecen a actuar considerando las consecuencias y repercusiones globales de sus actos en el resto del planeta, que dialoguen desde condiciones de igualdad, que
piensen globalmente y que actúen localmente. Y si no, no les votemos.