Cada 20 de noviembre, desde 1959, se celebra el día de los
derechos del niño. Ya sabemos que estas celebraciones no suelen servir para nada, a no ser que quienes tienen el poder y la responsabilidad decidan poner en práctica medidas verdaderamente eficaces para que esos derechos puedan ser reales. En cualquier caso, y escribiendo desde España, siempre es más grato, más estimulante y más útil, recordar el 20 de noviembre como un día dedicado a la infancia, que no a otros personajes oscuros, causantes de una guerra y una infinidad de desgracias.
El caso es que me he acordado de Nakhusa, la niña de la que aparecía un testimonio en el libro
Tiempo de cambios, pidiendo poder ir a la escuela, y del poema que escribió Celaya sobre la educación:
Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.
Así, he unido la dos cosas y me he vuelto a decir a mí mismo lo importante que es tener un ideal, una ilusión, un sueño, que poder llevar adelante y compartir con otras personas, aunque sepamos que nosotros mismos no lo vayamos a ver realizado; sin embargo, la energía y las ganas que generan son suficientes para que otros más se sumen a la tarea y poco a poco, o mucho a mucho, la situación vaya mejorando.
Y ojalá algún día no sea necesario recordar estas cosas: