Enunciada la mayor, reconozco que hay escenas y parlamentos sueltos que no solamente harían reír al público de su época, bien distinta a la nuestra, sino también al público actual. El surrealismo estrambótico de lo que podríamos reconocer como el rapto de Catalina (act III, final esc 2) no deja de tener su gracia, dentro del disparate que supone recurrir a las armas en casa amiga. Veamos: vuelve el séquito de familiares y amigos de celebrar la boda y Petrucho (el casado) dice sentir no poder quedarse a la celebración. Todo el mundo manifiesta su estrañeza y le ruega que se quede como mínimo al banquete, pero el novio sigue en sus trece:
PETRUCHO: Irán a comer, Kate, si tú se lo mandas. Obedeced a la novia los que habéis formado su séquito; id a la fiesta, levantad buena algazara, divertíos señoreando; bebed abundantemente por su virginidad, sed alegres, hasta la locura... o id a que os ahorquen. En cuanto a mí, hermosa Kate, debes venir conmigo... No, no me mires altanera, no patalees, no mires azorada, no te encolerices... Quiero ser dueño de lo que me pertenece. Catalina es mi bien, mis muebles; es mi casa, mi ajuar casero, mi campo, mi granero, mi caballo, mi buey, mi asno, mi todo. Y aquí está: que se atreva alguien a tocarla. Haré sentir mi fuerza al más orgulloso que se atraviese en mi camino a Padua. Grumio, echa mano a la espada, estamos sitiados de ladrones. Salva a tu ama, si eres hombre. No temas, mi querida moza, nadie te tocará, Kate; yo te escudaré contra un millón de enemigos.
Pero que esta obra no me guste a mí, no quiere decir que pueda gustar a otras personas. Yo, por si acaso, aquí dejo el montaje que hicieron para Estudio 1 en 1979 bajo la dirección de Francisco Abad.




























