La verdad es que sobre la utilidad de la literatura se han escrito muchas palabras, algunas bellísimas y otras no tanto. Algunas muy pegadas a la realidad y otras francamente fantasiosas. A mí las que más me han impresionado siempre han sido las que nos dejó John Stuart Mill en su Autobiografía. No por bellas, sino por el hecho al que se refieren.
La educación del niño Mill fue extraordinariamente severa y exigente. Su padre lo utilizó como conejillo de indias para probar sus teorías acerca de la educación, y el pobre niño aprendió griego a los tres años, leyó a Platón con ocho, con doce estudió a Aristóteles y hablaba varias lenguas. Mill era un superdotado, claro, pero no pudo resisitir tanta presión y sufrió un colapso mental cuando tenía 20 años.
Esta depresión duró dos años y le sumió en un estado de insensibilidad tanto a todo goce como a toda sensación agradable, uno de esos malestares en los que todo lo que en otros momentos agrada se convierte en insípido e indiferente. Según relata más adelante, llega por casualidad a sus manos un libro de poemas de Wordsworth. A partir de ahí empieza a salir del agujero:
Me parecieron como una fuente de la que extraía la alegría interior, los placeres de la simpatía y de la imaginación, que todos los seres humanos podían compartir (...) Necesitaba que me hicieran sentir que en la contemplación tranquila de las bellezas de la naturaleza hay una felicidad verdadera y permanente. Wordsworth me lo enseñó no sólo sin apartarme de la consideración de los sentimientos corrientes y del destino común de la humanidad, sino redoblando el interés que sentía por ellos.
Se pueden escribir muchos ensayos y se pueden aducir muchos argumentos a favor de la literatura. Escritores hay que han expresado de forma más hermosa las muchas utilidades de esta, pero difícilmente podemos encontrar una razón más importante y más verídica que salvar la propia vida de la nada. Mill se valió de la poesía para seguir adelante. Para eso también vale la literatura.
Pero además de tan nobilísima causa, parece que también sirve para llamar la atención de sus señorías, aunque solamente sea por unos segundos y no estén nada claras las razones para tender puentes entre las verdades de la poesía y la evidencia de los sucesos. En cualquier caso, gracias, Josetxo, por introducir mis versos en un lugar tan alejado de la poesía. El gesto es lo que importa. (Minuto 4' 50").